Panes y peces se acrecientan en el altar de la misericordia y del servicio que se multiplica




















Para el día de hoy (15/02/20):
 
Evangelio según San Marcos 8, 1-10






Estamos con Jesús y sus discípulos en territorio pagano, tierras extranjeras, áreas de lo extraño y lo ajeno. Allí también las gentes buscan con denuedo al Maestro en su hambre de verdad y desde el agobio de sus enfermedades y dolencias: el dolor nos iguala, el dolor nos asemeja, el sufrimiento nos muestra no tan distintos.

Eran ya tres días que estaba el gentío junto a Él, bebiendo de su Palabra sin una queja. Pero el Maestro no es indiferente a las necesidades del otro, no mira para otro lado, lo moviliza la compasión, lo impulsa la Misericordia. Ellos podrán ser perros extranjeros, gentiles, paganos, profanos, inmigrantes ilegales, no católicos o el rótulo por el que optemos: aún así tienen sobre ellos la mirada bondadosa de Dios para el que no cuentan divergencias ni fronteras. Hay necesidad, desfallecen de hambre, hay que alimentar a todos ellos que están a la espera durante tres días, como desfallece la vida los tres días que el cuerpo de Jesús permanecerá en la casa tumba...pero ha de prevalecer la resurrección, la vida en Sus manos es mucho más tenaz de lo que solemos imaginamos.

Pero hay un distingo fundamental: el socorro y el auxilio no es privativo de un Cristo que se conmueve, sino que ha de tener color comunitario. Por ello los discípulos son parte del problema y partícipes de la solución.
El hambre es obsceno, es cruel, es ofensa grave al Creador de la vida, y todas sus hijas e hijos no podemos quedar indiferentes, ni acotarnos a simpáticas declamaciones.
Los Doce, precisamente, intentarán eso mismo: que son muchos, que están en un sitio desierto, que vayan a otro lado más amistoso en busca de pan. Sin embargo, la respuesta está en sus manos, no se puede despedir al hambriento al abandono de su suerte. Parece poco -siete panes- pero serán abundantes y desbordantes si acontece el milagro del compartir. No hay mínimos, ni siquiera esos humildes pescaditos -comida de gorriones-, todo cuenta, todo suma.

Cuando florece el compartir, brota espontánea la acción de gracias, tiempo de Dios y el hombre en plegaria y gratitud, Eucaristía de la humanidad.
Esa acción de gracias no será una oración privada del Maestro, sino que hace partícipes a los suyos, a tí y a mí, a vos y a ella, a todos nosotros.

Cuando sucede la compasión y se expresan concretamente el socorro y la solidaridad, los milagros se agolpan con un enorme aquí estoy! del Dios de la Vida, esos panes multiplicados se vuelve más que suficientes, nunca cálculo mezquino, canastas y canastas que sobran para los que vendrán.

Panes y peces se acrecientan en el altar de la misericordia y del servicio que se multiplica.

Paz y Bien

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