Cuaresma, ayuno y caridad
















Viernes de Ceniza

Para el día de hoy (28/02/20): 

Evangelio según San Mateo 9, 14-15








El joven rabbí galileo sorprendía a propios y extraños. Tenía un modo de enseñar novedoso y único, y en verdad nada de lo que hacía era lo que podía esperarse de un maestro de Israel.
De ese modo, los discípulos del Bautista -varios de ellos ahora discípulos directos de Jesús- y los fariseos no terminaban de entenderle; las reglas de vida con las que caracterizaba a su comunidad poco o nada tenían de imposición, y a sus ojos eran bastante laxas en temas muy importantes.

Las abluciones antes de comer. La observancia estricta del sábado. El modo de orar.
En el caso que hoy nos ofrece la lectura del día, el tema de conflicto es el ayuno.
El ayuno es una práctica usual en numerosas religiones y culturas: en el caso puntual de la fé de Israel tiene que ver con lo penitencial, pero más específicamente a proferir una muda queja ocasionada en la espera por la venida del Mesías. Refleja la impaciencia por un tiempo presente ingrato y, quizás, la confianza en un futuro glorioso, aunque ese futuro no pudiera determinarse con precisión.

Pero hay otra cuestión que subyace en el diferendo, y es la tradición.
Podemos entender por tradición lo que su etimología refleja, es decir, tradere, lo que se trae y entrega, de una generación a otra. Ello siempre es valioso, pues enriquece la memoria de los pueblos, y en el plano de la fé es el recuerdo vivo de las cosas de Dios que se transmiten de padres a hijos.
Los problemas comienzan cuando esa memoria viva sólo se traduce en conductas a repetición que, a menudo, pierden su sentido primordial. Así tradiciones devienen traiciones, tradiciones que se hacen meras costumbres sin trascendencia.

Por ello los conflictos se acrecentaban. Muchos seguían aferrados a esas costumbres, olvidando a Aquél que les confería sentido y destino. Pero a su vez, el tiempo de la queja y el lamento, del rictus amargo de la ausencia ha finalizado, pues el Redentor está vivo y presente en medio de su pueblo.

No se trata sólo de otra novedad. Es la gran novedad, tan distinta a todo lo conocido que no encaja ninguna comparación con la que se especule. La realidad mesiánica de Cristo, Buena Nueva, es totalmente humana y totalmente divina, y excede infinitamente cualquier presunción.
Erróneo es entonces equiparar costumbres antiguas con costumbres nuevas desde esa realidad divina y fundante, y a partir de allí tallar juicios de valor. La realidad del Reino es tan grande, tan novedosa, tan raigal que es menester una mirada nueva para darse cuenta de su presencia, una mirada de fé.

Una verdad infinita en moldes pequeños y miopes jamás puede fijarse. Vino nuevo en odres nuevos.
Vida eterna en corazones re-creados.

Paz y Bien

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