Effatá, que se abran todos los oídos, que se restablezcan lenguas y gargantas para escuchar a Dios y al hermano















Para el día de hoy (14/02/20) 

Evangelio según San Marcos 7, 31-37










El Maestro permanece en tierras extranjeras, más precisamente en la Decápolis: es una confederación de diez ciudades implantadas por los griegos como una suerte de colchón de seguridad estratégico para el caso de guerra contra la nación judía y también como medida de autoprotección frente a merodeadores y salteadores de caminos. Aunque en ellas vivieran algunos colonos judíos, eran miradas con desconfianza y desprecio desde el otro lado de la frontera.

Que Jesús esté allí ya es, para ciertos nacionalismos furiosos, una provocación. En realidad, es signo y símbolo de la universalidad de la Salvación ofrecida por ese Dios que sale al encuentro del hombre.

Traen a su presencia a un hombre que es sordo, y que por ello mismo se exprese con dificultad, a veces tartamudeando, a veces profiriendo sonidos sin sentido.
Para ciertas mentalidades brtualmente mezquinas, es una situación perfecta: el distinto, el enemigo acallado, reducido al silencio, incapaz de expresarse normalmente, de comunicarse, de quejarse, de rebelarse.

En cierto modo, el no poder escuchar ni hablar, el tener cerrado el acceso a la palabra, es una manera de morir aún cuando el corazón siga latiendo.
Por ello hay que ser tenaces en las palabras y en la Palabra. Saber escuchar, poder expresarnos, aún cuando lo que se diga no sea lo adecuado y hasta sea un agravio. El silencio, cuando se lo busca y se lo elige a conciencia es fructífero, santo, transformador.
El silencio que se impone siempre es nefasto, inhumano, y jamás debe tolerarse ni aceptarse como normalidad. Cuando hay palabras y cuando hay Palabra la vida puede expandirse.

La actitud del Maestro es de una delicadeza infrecuente. Siempre hay que cuidarse de no hacer un espectáculo con el auxilio que se brinda, y dedicarse en cuerpo y alma al socorro de los dolientes.

Effatá es el término arameo, y es maravilloso. Que se abran todos los oídos, que se restablezcan lenguas y gargantas para escuchar a Dios y al hermano, al amigo, al enemigo, al cercano y al lejano, y para volver a decir las cosas con claridad, con la fuerza de la verdad, una verdad que no puede ni debe silenciarse, para mayor Gloria de Dios y bien de los hermanos.

Paz y Bien

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