Madre del Señor, remanso de la Gracia de Dios













La Presentación de la Santísima Virgen María 

Para el día de hoy (21/11/19) 

Evangelio según San Mateo 12, 46-50








No hay parangón ni comparación posible.

Ella es una niña pequeña, una niñita judía casi invisible. Frente a sus ojos mansos -en los que ya se puede adivinar la mirada de Aquél que un día sería su Hijo y nuestro hermano- se levanta imponente ese Templo que representa la historia y la fé de sus mayores.
El Templo tiene unas dimensiones inverosímiles, está revestido de las piedras más refulgentes y del oro más puro en sus muros altos, en sus naves, en sus escalinatas y patios, en su altar en donde se desborda el humo del incienso del culto y el de los sacrificios constantes. Una multitud como un río caudaloso, que proviene de todos los puntos cardinales, parece aumentar sus dimensiones.

La razón dicta que se trata de una niña pequeña frente a un Templo enorme.
Pero el corazón sabe que Ella es aún más grande que ese edificio, en la ilógica de un Reino que está llegando. En su insondable pequeñez, esa niña es la más grande, y desde su alma esa niña se vuelve Templo definitivo de la Gracia de Dios, de un Dios que está reescribiendo la historia humana hacia campos fértiles de Salvación... desde esa muchachita.

Ese Dios que algunos suponen recio y severo, implacable vengador de su pueblo, en realidad se conmueve sin límites frente a la pequeñez de esa niña.

El Dios del universo está enamorado.

Esa niña se haría mujer y esposa, Madre y hermana, profeta y discípula de ese Dios al que llamaría hijito, que gestaría en su seno, que acunaría en sus brazos.

Esa niña vuelve hoy a decirnos, desde un silencio frondoso, que todo está al revés. Que Dios se inclina abiertamente hacia los más pequeños, hacia los que nadie mira ni vé, hacia los que no cuentan. Que a pesar de tantas cosas que aparentan una contundencia definitiva y luctuosa, por enormes, por demoledoras, desde donde menos se espera y de quien menos se lo espera nos puede llegar aquello que cambie nuestras existencias para siempre, y transforme el rostro apesadumbrado de un mundo que sigue prefiriendo las fastuosas y tangibles construcciones a la humildad definitiva de los pequeños.

Esa niña es aún más grande que ese Templo al que la llevan para ser presentada. Esa niña será un día mamá de Aquél que es el Templo definitivo, el Templo santo que permanece para siempre.

En esa niña están todas las esperanzas porque en esa niña se afinca como un remanso la Gracia de Dios.

Paz y Bien

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