El Hijo de María de Nazareth, nuestro orgullo y nuestra esperanza












Para el día de hoy (06/02/19):  

Evangelio según San Marcos 6, 1-6






La lectura que hoy nos presenta la liturgia manifiesta el fin de un ciclo en el ministerio de Jesús de Nazareth: hasta ese momento, el fervor de las multitudes y las puertas abiertas en las sinagogas. A partir de allí, seguirá fiel a su misión hasta el final, pero ha de cambiar los métodos.

Curiosamente, la controversia surge de entre sus propios paisanos y nó como era usual entre las autoridades religiosas. Ellos se asombraban del modo en que Él enseñaba y de la autoridad nueva y vital como les hablaba -a diferencia de los escribas-. En cierto modo, estaban cautivados con su predicación, pero a la vez se cierran a aceptar que esa sabiduría y esa autoridad provengan de Dios.

A ese Jesús lo han visto crecer y jugar, trabajar como carpintero, el hijo de María. Tan cercano y parecido a ellos está muy lejos de los esplendores sabios de un Salomón, la magnificencia de los maestros notables, completamente distinto a la idea de lo divino que portaban.

Por ese descreimiento, por esa falta de fé, entre sus paisanos realizará pocos milagros, pues éstos son signos del amor de Dios que se conjugan en tiempo santo con el corazón del hombre. Aún así, sana a varios enfermos imponiéndoles sus manos, acabada señal de las preferencias de Dios.

A nosotros también se nos abre el cuestionamiento. Porque Cristo, Dios con nosotros, tiene la humildad de la vecindad, la cercanía de nuestra pobreza, el parentesco de asumir nuestra cotidianeidad.

El hijo de María, la encarnación de Dios, es el motivo de nuevos asombros y gratitudes por este Dios que se ha llegado a esto que somos y vivimos.

Paz y Bien

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