El banquete de Cristo, invitación que compromete y se hace misión














Para el día de hoy (06/11/18): 

Evangelio según San Lucas 14, 1a. 15-24











A veces, por meritorios afanes analíticos, teológicos o biblistas, se nos pueden perder de vista cuestiones primordiales, y que son las cosas que habitaban el corazón de Jesús de Nazareth. Contemplarlas en su humilde plenitud luminosa, revelación inagotable de otra realidad que florece entre nosotros, ahora mismo.

Jesús de Nazareth vivía el Reino de su Padre como un regalo inmenso, como una fiesta plena, un acontecimiento único e incomparable que se ofrece a toda la humanidad de un modo infinitamente generoso e incondicional, en la sintonía amable de un Dios que es Padre y es Madre también.

Allí, en esa mesa que es banquete -ágape-lo humano se diviniza en la comunión de la Encarnación, de ese Dios que en santa urdimbre hunde sus raíces en la debilidad humana para alzarla a las alturas de la realización total, de la trascendencia, de la vida que apenas está comenzando. Apenas y a penas, pues enceguecidos por las veleidades del mundo, perdemos la capacidad de mirar y ver milagros, el paso salvador de Dios por la historia, ahora y siempre, los cielos abiertos para nosotros, que por nuestros méritos -sinceramente- nada merecemos.

La invitación a ese banquete es, ni más ni menos, la posibilidad de ser felices, sueño eterno de un Dios que nunca descansa por nuestro bien.
En ese banquete se celebra la justicia, la paz, la libertad, la fraternidad pero, por sobre todo, el amor que es Dios mismo.

No es una invitación cualquiera. Es una invitación que compromete, que se hace misión.
Es menester salir a todas las encrucijadas de la vida y dar aviso a los que nadie llama, a los descartados de la existencia, que hay lugares preferenciales para ellos. Y luego a todos los demás.

Paz y Bien

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