Todo es posible en el Nombre del Señor













Para el día de hoy (12/05/18):  

Evangelio según San Juan 16, 23b-28








El momento de la enseñanza es solemne, pues nos encontramos en los umbrales de la Pasión, cena de amigos en donde Jesús de Nazareth se despide. Él se vá pero se quedará de manera más perfecta, aunque los discípulos aún no lo entiendan, pues debe madurar su experiencia personal y comunitaria de la Pascua de la Resurrección de Cristo.
Pero también hay solemnidad por el tenor de la revelación, que hoy nos brinda la lectura del día: la preexistencia divina del Señor, su plena identidad con Dios. Desde allí y por ello los discípulos tendrán pleno acceso al Dios del universo a través del Señor, y más aún, en unión con Él.

No es Cristo un mediador infranqueable que pone trabas o distancias a la absoluta alteridad de Dios; antes bien, es el sacerdote-puente que posibilita a toda la humanidad el acceso al corazón sagrado de Dios, amoroso corazón de un Padre que nunca descansa por todas sus hijas e hijos.

Es un tiempo decisivo el que se inaugura, perfumado de esperanza y rotundo en la confianza, confianza inmerecida que Dios tiene puesta en nosotros, confianza también puesta en Aqué que todo lo puede.
Se trata del fin de los jamases, de los no se puede, de todos los imposibles. La muerte en retroceso ya no tendrá la última palabra, la sentencia definitiva. La Palabra que siempre está viva y vivificante es la suya, Verbo que acampa fraternalmente en nuestros arrabales, un Dios tan humano y cercano que resulta inconvenientemente comprometedor.

Hasta ese momento, los discípulos oraban directamente a un Dios al que creían inaccesible, a menudo quedándose en la mera fórmula establecida. Ahora, los discípulos -ellos y nosotros- elevarán plegarias en el Nombre de Jesús, porque en Jesús se expresa en todo su esplendor y sin reservas el amor del Padre.

Hay todo un mundo nuevo, una nueva creación que se nos asoma ante nuestros corazones.
Rogar en el Nombre de Jesús no implica el uso de arcanos mágicos, ni tampoco la declamación de una combinación conmovedora de términos, sino algo mucho más profundo, y es encarnar en la propia existencia toda la vida y las enseñanzas de la persona del Maestro.

En la oración se produce la santa urdimbre de lo sagrado y nuestra pequeñez, tejido vital del tiempo santo de Dios y el hombre, la escucha atenta del Espíritu que todo vivifica, y sobre todo, que el Señor asume nuestras cosas como propias para hacerlas santas, para elevarlas a la eternidad.

En el nombre de Jesús supliquemos entonces volvernos cada día más humanos, hermanos serviciales, hambrientos de justicia, edificadores de paz, hijos amados de Dios, porque todo es posible si nos atrevemos a confiar.

Paz y Bien

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