Humilde destino de sal










María, Auxilio de los cristianos

Para el día de hoy (24/05/18):  

Evangelio según San Marcos 9, 41-50







El Evangelio para este día nos convoca con enseñanzas del Maestro en las que resulta distintiva la puesta en valor de las cosas sencillas, de los pequeños gestos, de lo que quizás por extraviarnos en las locuras mundanas solemos pasar por alto.

Hay en el mensaje una tremenda oscilación, pues quien enseña es el mismo hombre que se encamina enteramente libre a Jerusalem a entregar su vida. Ese mismo hombre, Jesús de Nazareth, y a pesar de ello, pone el acento en algo tan pequeño como un vaso de agua ofrecido con generosidad; allí también podríamos tranquilamente pensar en los gestos de cortesía, alguna sonrisa cordial, la escucha atenta del prójimo, todos brotes crecientes de una vida de raíces profundas, brotes por donde se asoma la caridad, en donde quizás es posible comenzar a imaginar otro mundo, pequeñísimos ladrillos imprescindibles para edificar la existencia.

A la vez, el Maestro realiza una declaración asombrosa, y es su plena identificación con los suyos, con sus discípulos y seguidores, sus hermanas y hermanos, todos y cada uno de nosotros. Así nos descubrimos inmensamente valiosos, más no por méritos propios, sino por el entrañable amor y confianza de Cristo puestas en nuestros corazones, en todo esto que somos.

De entre todos sus hermanos, el corazón sagrado del Señor se inclina con abierta preferencia por los pequeños, y por pequeños -es claro- debemos considerar ante todo a los niños. En vista a todo lo que acontece, dolorosamente se nos vuelve más que razonable la admonición de la piedra de molino para quienes quebrantan esas vidas en ciernes, la inocencia que crece, la indefensión que es imprescindible proteger por todos los medios. Pero pequeños son también los que no cuentan, los que son invisibles a los ojos del mundo y muy especialmente aquellos que tienen una fé frágil, incipiente, en crecimiento.
Por eso la contundencia de sus palabras, la virulencia de su advertencia, que de ningún modo ha de leerse literalmente; si ello fuera así, sinceramente, viviríamos en un mundo de ciegos y mancos. Se trata de estar atentos a no vulnerar de ninguna manera la vida, los sueños y la fé de nuestros hermanos más pequeños, a quienes ante todo debemos servir.

Se trata de un humilde destino de sal. 

Por sí misma, la sal es apenas algo más que nada, un polvillo que se dispersa con cualquier viento. Sin embargo la sal es imprescindible para dar sabor, y a su vez de preservar de la degradación.
Humilde misión impostergable, que de gusto vivir esta vida, que no prospere la corrupción que mata y destruye, signos ciertos de Dios con nosotros, del Reino presente aquí y ahora.

Paz y Bien

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