24º Domingo durante el año
Para el día de hoy (13/09/15):
Evangelio según San Marcos 8, 27-35
La geografía bíblica es muy interesante e importante a la vez: nos ayuda a situarnos históricamente en aquellos sitios por donde aconteció el ministerio de Jesús de Nazareth, sus variantes culturales, sociales, políticas, las influencias del clima, lo reducido de los espacios físicos. Pero a su vez hay una geografía teológica, el ámbito espiritual y terreno de lo simbólico en donde hemos de abrevar para ubicarnos en la verdad del Espíritu que quiere conducirnos a la tierra prometida de la Salvación.
La mención del Evangelista no es fortuita ni circunstancial: Cesarea de Filipo es en donde reside el poder de un tetrarca tan brutal como su hermano Herodes Antipas, poder que depende en gran medida del respaldo de las legiones romanas pues es vasallo del imperio. La ciudad ha sido edificada en honor al César -de allí su nombre-, el opresor al que se considera un dios. En esos sitios es difícil que germinen las esperanzas mesiánicas, que haya espacios cordiales para Dios, y más aún: con siniestra regularidad se aplasta a aquellos que encienden antorchas de un tiempo nuevo, los profetas. Se mata a los profetas con eficacia y rapidez, con la pura lógica del poder, y es en ese mismo orden de ideas que se presuponga que, precisamente allí, no se espere nada bueno ni nuevo.
Así la pregunta que Jesús hace a sus discípulos en sí misma anticipa una enseñanza que debe golpearnos las resignaciones: hasta en los reductos de las sombras más abigarradas puede hacerse presente la Salvación en la persona del Cristo que siempre llega.
Las respuestas que el Maestro obtiene de los suyos y de lo que las gentes piensan refieren al Bautista, a Elías, a los profetas. En cierto modo es elogioso, pues depositan en la persona del rabbí nazareno las esperanzas tradicionales de su pueblo, toda la historia y las ansias de liberación de su nación. Pero también en ello hay un peligro escondido, pues los viejos esquemas son tan cerrados que impiden reconocer en Jesús de Nazareth al Mesías.
Peor aún: es ornar al Mesías con los propios colores de sus angustias y proyectos, dejando de lado a la realidad del Cristo pobre, caminante, Dios encarnado. Y así, se explayan los mesianismos mundanos de gloria que se impone, de victorias por el uso inmisericorde de la fuerza, de reemplazos de gobernantes y mutación de poderes sin ninguna trascendencia ni conversión.
Aunque Pedro, con el fuego del Espíritu, se encienda en verdad al proclamar que Jesús de Nazareth es el Mesías, aún es incapaz de hacer su Pascua, el éxodo de esas prisiones interiores.
Terrible tentación la de pretender indicarle con talante reprensivo a Cristo cómo debe ser y actuar, conforme a las estampitas que uno mismo se imprime, y reclamarle con enojos cuando no se adecua a esa caricatura,
Porque el Mesías, Cristo hermano y Señor es el Cristo de la Pasión el de la vida ofrecida como amor mayor, total, definitivo.
La Pasión, a pesar de todos los preconceptos, está en los planes de Dios. Ello no implica aferrarse al tótem infame de un dios cruel sediento de sangre, sino a un Dios que es Padre, que se hace uno de nosotros, que se entrega sin medida a las garras de la muerte para que todos vivan. La Resurrección trastoca todos los cálculos, la Resurrección reafirma la preeminencia del amor, la Resurrección es la ratificación definitiva de la vida, la alegre y mansa certeza de que la muerte, de que todas las muertes no tienen la última palabra.
Pasión y Resurrección son los dos aspectos absolutos e inseparables del amor infinito de Dios.
Seguir los pasos de este Mesías no es cosa fácil. Es atreverse a ser un marginal en favor de la vida y la liberación del hermano, mansedumbre que no es cobardía, una lluvia de desprecios por mantenerse firme en los brazos de una providencia que se actualiza por la buena ventura del Espíritu que nos sostiene, cargando al hombro todas las miserias propias y de los otros. Aunque seamos mínimos, aliviar la carga del otro es un paso enorme y una señal de maravilloso escándalo de la Gracia de Dios.
Porque aunque todo diga que nó, todo es posible para Dios. Es el tiempo en que se desdibujan los no se puede por el amor generoso, total e incondicional de Dios para con toda la humanidad expresado en el Cristo que siempre nos busca.
Paz y Bien