Pueblo nuevo, misión de liberación




15º Domingo durante el año

Para el día de hoy (12/07/15):  

Evangelio según San Marcos 6, 7-13


Nada en los Evangelios es simple producto literario ni, mucho menos, casual. En todos los casos hay una causalidad, una teleología y una teología profundas que se entreven a través de los símbolos que nos ofrece la Palabra.
Porque en la Palabra se revelan, por el Espíritu que la inspira, misterios de Dios sobre los cuales el lenguaje humano jamás es suficiente, apenas se trata de balbuceos menores.

Así entonces no es casual que el Evangelista Marcos inaugure esta lectura afirmando que Jesús de Nazareth llama a los Doce, y a su vez los envía de dos en dos con una autoridad inusitada, su propia autoridad.

La comunidad apostólica primera -Iglesia naciente y creciente- se conforma con doce hombres, un número muy caro a la memoria de Israel que refiere a las doce tribus, los doce hijos de Jacob.
Esas doce tribus dispersas, al calor matricial del desierto, conformaron una nación, pueblo erigido desde una pequeñas tribus de esclavos de Faraón. Esas doce tribus son un movimiento de edificación prudente y tenaz de un pueblo, pero a su vez son un acontecimiento de fé: se erigen como nación a partir de la fé de Jacob en su Dios, y el patriarca ya no será llamado por su nombre histórico sino por ese nombre adquirido por la fé que profesa, y se conocerá a través de los tiempos como Israel.
Por ello son doce esos hombres: la estructura sinagogal devino estéril y brutal, y son tiempos maduros y propicios para que un pueblo nuevo porte la llama encendida de la promesa infinita, el insondable amor de Dios, pueblo nuevo que no se vincula por la cultura, la sangre o las fronteras, sino por los lazos trascendentes del creer.
La Iglesia es el pueblo nuevo que lleva la señal de auxilio para todos los pueblos en todos los tiempos, y es que Dios nos quiere y nos ama.

De dos en dos son enviados. La misión no se desliga de lo humano más elemental, no es una cuestión teórica o declamada, sino bien concreta, carnal y sanguínea si se quiere. 
En primer lugar, andar un camino en soledad es difícil, cuando no improbable. Hombro con hombro se hace más llevadero, cruces y miedos que se comparten, esperanzas que no se licuan en el miedo.
En segundo lugar, que todo testimonio es de carácter comunitario: la Iglesia cuando misiona dá testimonio de la fé que profesa como pueblo y familia, no es cosa de individualidades, jamás.

Pero hay más, siempre hay más. Para el derecho judío, un testimonio es veraz cuando se ratifica mediante dos testigos; de allí que el envío de dos en dos es un testimonio que se anticipa veraz, misión de verdad que se ratifica con la propia vida, porque la verdad es la fuerza de Dios que nos hace libres.

Esa misión encomendada posee otra particularidad que sin reflexión puede extraviarse tras oleadas de obviedades, y es que los apóstoles -los enviados- han de ser ante todo discípulos, aquellos que han compartido pan y Palabra con Cristo, aquellos en los que la presencia del Señor ha transformado sus cotidianeidades, sus existencias re-creadas por la experiencia de Cristo.

La misión encomendada sorprende por su sencillez y por la carencia de medios. Ello no implica despreciar planificaciones. Los planes son importantes en tanto herramientas o medios, pero lo que en verdad decide la suerte y fidelidad de la misión es la fé, la confianza en Aquél que la impulsa, guía y protege, y porque nada debe interponerse entre el mensajero y la Buena Noticia que se anuncia.
La Divina Providencia es perpetuo socorro, certeza y una seguridad que no puede medirse con limitados parámetros mundanos.

Los misioneros -todos nosotros- han de recordar que el poder que enarbolan con confianza, humildad y mansedumbre no les pertenece, les ha sido concedido. Es el poder de liberar demonios, sanar cuerpos y almas, ofrecer el asombroso beneficio del perdón, ungiendo corazones con el óleo santo del amor de Dios, y por ello su misión es misión de liberación que restaura y levanta en humanidad, para que las gentes en plenitud se reencuentren entre sí y con el Dios que los convoca.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

Tener una confianza absoluta, incondicional e inquebrantable en Dios, nuestro amoroso Padre, aun cuando parezca que todo ha fracasado.

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