Totalmente humano, totalmente nuestro



Para el día de hoy (05/01/14):  
Evangelio según San Juan 1, 1-18



No sólo malos recuerdos, sino catástrofes de proporciones cósmicas.

Portamos -a veces sin asomo de vergüenza- la marca de Caín. Al hermano lo demolemos sin hesitar, violentamente, por habernos vuelto incapaces aceptar al otro tal cual es, de permitirnos envidias y odios, de creernos voz única y con licencia de silenciar violentamente la divergencia. Decididos tomadores de vidas ajenas, sendero oscuro de los exterminios, de los terrorismos, de la maldición de una existencia estéril en su pretendida unicidad.
Aún así, esa marca indeleble es señal cierta de que no sirven ni están permitidas las venganzas, porque amplifican y prodigan a muerte.

En Babel enmudecimos. No tanto por la multiplicidad de lenguas, sino por esa sordera espiritual que nos volvió, en nuestra soberbia, incapaz de escucharnos, de comprendernos, de aceptar la diversidad que enriquece. No podíamos convivir y comunicarnos entre nosotros, mucho menos con el Creador.

Entre esta efímera y pequeña humanidad que somos y la inmensidad de Dios hay un abismo insalvable para nuestras acotadísimas capacidades. Sordos a cualquier escucha, mudos de decir aunque sea un vocablo que nos fuera común, que nos permita con-vivir. Sin palabras, concordia, justicia, paz y amores devienen imposibles.

Aún así, ese Dios expresamente rechazado e ignorado tomó la iniciativa. Siempre las primacías, los pasos iniciales y decisivos son de Dios.

Todo el que ama quiere conocer al amado, darse a conocer y re-conocerse, y el modo es a través de la comunicación. 

Esos abismos que ahondamos entre nosotros y que ontológicamente nos separa de Él ha sido salvado por pura bondad, en insondable expresión de afecto. Dios es Palabra que se dona, que brinda todo de sí mismo incondicionalmente para que recuperemos el habla, para que nada vuelva a separarnos, para convivir a diario con lo eterno, con lo que no perece, la asombrosa y santa convivencia de Dios y el hombre.

El puente ha quedado tendido y es Jesús el Cristo, nuestro hermano y Señor.

Dios ha venido a acampar, a vivir en nuestros arrabales escasos. Ha venido y se ha quedado, la Palabra se ha hecho carne, totalmente humano, el más humano de todos, y por eso mismo -sin ser propiedad de nadie- se ha vuelto totalmente nuestro, de todos sin excepción, y no hay otro motivo mejor para convertir en manso vergel estos campos yertos que asolamos con la sangre vertida de los hermanos que es plegaria constante que clama y reclama justicia.

Paz y Bien 
 

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