Las aguas turbulentas del miedo



Para el día de hoy (09/01/14):  
Evangelio según San Marcos 6,45-52



Varios de los discípulos eran pescadores de oficio, es decir, navegantes expertos del llamado mar de Galilea; quizás eso explique, en parte, el porqué de esa llamativa señal que brinda el Evangelista acerca de que el Maestro había obligado a los suyos a embarcarse y a dirigirse a la otra orilla. Estos hombres que tanto sabían de aguas y mareas tal vez rechazaban navegar en una hora inadecuada -en plena noche- y el peligro de los vientos bravos. Pero también, porque a todo ello intuían que sus problemas recién comenzaban, pues el Señor no iba a bordo.

Es menester mantenerse en perspectiva: momentos antes Jesús de Nazareth, frente al estupor de sus discípulos, había alimentado a una multitud de varios miles de personas a partir de cinco panes y algunos pescados. Y ellos no habían comprendido nada, se habían quedado solamente en el episodio asombroso, y no quisieron ir más allá, hacia una comprensión profunda de lo que en verdad sucedió.

Esa incomprensión hacia los hechos inevitablemente conduce hacia una incomprensión acerca del mismo Jesús de Nazareth, su enseñanza y su misión. Es por ello que cuando Él se acerca sobre las aguas turbulentas, los navegantes gritan desaforados pues creen ver a un fantasma.

Estos gritos y estas borrascas peligrosas en esa frágil barca -que parecen no cesar- son una metáfora exacta de la Iglesia.
Siempre y en todos los órdenes de la existencia es imprescindible saber discriminar entre lo importante y lo urgente.
Cuando la comunidad cristiana abandona la urgencia del socorro al necesitado, la barca cimbrea. Se navega mal en las aguas erróneas de una vocación no cumplida.
Y cuando la comunidad cristiana, vaya a donde vaya, no lleva a bordo a Aquél que le dá sentido y destino, queda a la deriva, sin rumbo cierto, librada a las tempestades de sus propios miedos que la amenazan y paralizan.

Sólo cuando Cristo viene a bordo, toda tormenta desaparece, y el miedo será un mal recuerdo pues deja de ver fantasmas, y navega a los puertos ciertos de su vocación y su destino.

Paz y Bien

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