Testigos del Resucitado




La Conversión del apóstol San Pablo

Para el día de hoy (25/01/14):  
Evangelio según San Marcos 16, 15-18




Decisiva a la hora de un juicio es la producción de prueba testimonial. Si se busca justicia, los testigos han de ser veraces, manifestar acerca de lo que saben y conocen con certeza, de primera mano, no de oídas. -no se puede hablar de las bondades del sabor de un plato con sólo leer el menú-

Los cristianos tenemos por vocación primordial y distintiva, precisamente, el ser testigos. Más el testimonio no radica en la puntillosidad cuando se recita un dogma, en la exactitud fedataria al momento de exponer una serie de ideas maravillosas, surgidas hace dos milenios en Galilea y nutridas por tradiciones a través de los siglos. Los testigos somos primeramente y ante todo testigos de Alguien que está vivo y presente, Alguien que ha roto el cerco en apariencia infranqueable de la muerte, Jesús de Nazareth, el Resucitado.
Nuestro testimonio es fiel y es veraz si se refiere a Cristo, si surge de los rescoldos que nos enciende el Espíritu y de esa necesidad incontenible de contarle a los demás lo que el Maestro ha hecho en nuestras existencias, las vivencias personales, un Dios que es vida para siempre y para todos, vida plena, vida feliz.

No se trata de ganar adeptos, de engrosar estadísticas y pertenencias, sino de transmitir la mejor de las noticias a todas partes, especialmente allí en donde toda noticia suele ser mala, un retroceso humano, un regreso a las sombras. Y no queda solamente en mujeres y hombres, la humanidad sin excepciones: la Buena Noticia ha de manifestarse a toda la creación, con un afecto prefencial por la naturaleza que es el gesto y acto amoroso creador del Dios de la Vida, y que hemos dejado de lado. No sólo la hemos descuidado, sino que en aras de materialismos varios la hemos agredido hasta el hartazgo.

La Salvación es don y misterio insondable de la ternura de Dios, que se ha hecho uno de nosotros para que no seamos espectadores pasivos o títeres involuntarios de voluntades divinas, sino protagonistas humildes de una vida que apenas está comenzando y que no tiene fin. Porque condenarse no es un castigo de Dios sino la elección de quienes quieren permanecer en las sombras del egoísmo, de la tibieza, del no arriesgarse, de la negación del prójimo cercano y lejano, de la resignación y la no trascendencia.
Por ello, un signo tan sencillo como el Bautismo es comienzo santo: es Dios mismo que nos invita a expandir la familia a límites insospechados, una familia creciente en donde todos cuentan, un nacer para no morir jamás.

Contra toda especulación de espectacularidad -esas ansias de shows banales y pasajeros- los milagros siguen aconteciendo en santa urdimbre del amor de Dios y nuestros pequeñísimos esfuerzos.
Junto al Resucitado todos los malos espíritus que oprimen mentes y corazones indefectiblemente retroceden; odios, soberbias, desprecios, alienación y exclusiones exclamarán sus quejas, pero han de dejar de hacer daño y suprimir la imagen de Dios que está en cada mujer y cada hombre, y que tiene por horizonte la felicidad.
Junto al Resucitado acontece el milagro de entendernos aunque hablemos distintos idiomas, en el escandaloso dialecto de la solidaridad y la compasión y, sobre todo, de la escucha atenta del otro.
Junto al Resucitado, todas las ponzoñas que arrecian y acosan devienen agua fresca, no hacen daño. A menudo los problemas y los males tienen la estatura que nosotros mismos le adjudicamos.

Porque el Reino -sueño y proyecto infinitos de Dios- crece y germina en comunidad que es familia, que es salud, que es liberación, que es vida que no se rinde y rumbea tenaz desde un cielo que ahora mismo se nos asoma en el aquí y el ahora.

Paz y Bien

 

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