Testigos del Cordero



Para el día de hoy (19/01/14):  
Evangelio según San Juan 1, 29-34

La escena estremece: Aquél que era esperado con ansias a través de los siglos, que traería la redención definitiva, la liberación plena, aguardaba anónimo entre la multitud, esperando ser bautizado por Juan.
Viste ropas sencillas, de artesano galileo, y su acento nazareno lo delata. Quizás, por imágenes erróneas de realeza y poder mundanamente victorioso, no ha de esperarse mucho de ese hombre joven, provinciano.
Es un perfecto desconocido, pero los que saben mirar y ver, y sus corazones y sus mentes se encienden por el Espíritu de la Vida -el Espíritu de Dios-, logran identificarlo por entre la marea de gente.

Así Juan el Bautista, y su testimonio es clave y magnífico: es el más grande de todos los hombres, enorme en su integridad y en su fidelidad, pero aún así es el más pequeño del Reino que el Señor inaugura.
Porque Juan es capaz de descubrirlo y de señalarlo en voz alta, es quien trae la plenitud, es quien quita el mal que agobia e impide la plenitud, la alegría, la felicidad.

Ese hombre joven es de Dios y es Dios, y Juan quiere disminuir su notable influencia para que las miradas no se detengan en él mismo, sino que se dirijan a Aquél que trae la salvación.

Juan se vuelve transparente, y es ejemplo para todas las generaciones postreras de mujeres y hombres que no quieren protagonismo egoísta, sino que se vuelven señales de auxilio para el pueblo que anda en tinieblas y sumido en la desesperanza: entre nosotros, entre los que van y vienen, humilde y casi desconocido en nuestra cotidianeidad se encuentra ese Cristo que nos dá sentido a nuestras pobres y acotadas existencias, Él mismo que toma en sus hombros nuestras miserias y nos transforma, Aquél que hace que la vida tenga sabor y merezca ser vivida. 
Porque con Cristo la vida amanece y no habrá jamás un final.

Paz y Bien
 

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