La mirada de Jesús y los milagros


Para el día de hoy (19/11/12):  
Evangelio según San Lucas 18, 35-43

(La Palabra en el día de hoy se nos presenta como una sinfonía de humanidad y movimientos.

Por un lado, el Maestro en marcha, en peregrinación hacia Jerusalem, hacia la cruz, hacia su Pasión.
Por otro lado, ese hombre -que el Evangelista Marcos identifica como Bartimeo- agobiado por su vista imposibilitada, demolido por la culpa de ciertas ideas y conceptos que justificaban su dolor, impuro por enfermo, condenado al ostracismo y la soledad, sin otra posibilidad de supervivencia que la mendicidad.
Está a la vera del camino, suplicando alguna moneda, preso de su resignación.

A Jesús lo seguía una multitud: muchos, asombrados de las cosas que hacía y del modo en que les hablaba y enseñaba, iban con el sus discípulos también y seguramente, muchos curiosos por la fama que lo precedía. Una multitud así no es para nada silenciosa, porta bullicio y en esos ruidos despierta a los más aletargados.

El mendigo ciego no queda inmune a ello, y tiene necesidad de saber qué es lo que sucede. A veces también nosotros, quizás, debamos hacer un poco de ruido para romper con ciertas monotonías. Le responden que estaba pasando Jesús de Nazareth, y ello es lo que verdaderamente cuenta, quien importa, Aquél que es decisivo, y a quien hemos de distinguir por entre la masa informe.

De un modo extraño ha de suceder el milagro, y es toda una enseñanza que puede contradecir los corazones más estratificados.
El mendigo ciego hace su propio éxodo, todo un ascenso de conversión. Primero su curiosidad, luego el despertarse su vida adormecida por la dolencia y la exclusión, después la súplica confiada que pide ayuda, sabiendo que ese rabbí es mucho más que un Maestro y que, por sobre todas las cosas, lo vé y lo escucha.
Allí precisamente acontece el milagro: la bondad de Dios todo lo inunda y los milagros son cotidianos; lo que no sobreabunda es la confianza ni la fé.

Es claro que para muchos los gritos desesperados de ese hombre son molestos, e intentan acallarlo. Pero Jesús tiene otra mirada, esos ojos profundos capaces de ver todo lo que ese hombre puede llegar a ser, inclusive a partir de su dolor.
Ello nos incumbe directamente: solemos hacer ingentes esfuerzos de acallar los clamores de los pobres y los que sufren, en aras de una prudencia y una mesuras opuestas al coraje de la Buena Noticia.
En realidad, el mendigo estaba imposibilitado de la vista, pero los verdaderos ciegos eran los que pretendían silenciarlo y no dejarlo llegarse hasta el Cristo de nuestra liberación.

Quiera el Espíritu regalarnos nuevos ojos, una mirada profunda de la que somos carecientes en cada uno de nuestros días)

Paz y Bien

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