Sagrada Familia: señal trinitaria

 






La Sagrada Familia

Para el día de hoy (27/12/20):
Evangelio según San Lucas 2, 22-40



Lo que sabemos y lo que suponemos.

Son un matrimonio de galileos muy jóvenes - de Nazareth - y muy pobres. 

Probablemente esto cause resquemores e inquietud, pero el Redentor creció en el seno de una familia judía pobre, provinciana de periferias y que acataba los preceptos religiosos de su pueblo.

Lucas señala que había llegado el tiempo de la purificación, y que también sus padre llevan al Niño Jesús a Jerusalem para presentarlo al Señor. Hablamos aquí de dos rituales y preceptos distintos:

- La purificación de la parturienta - Korban Iodelet -: se presentaba al sacerdote del Templo un cordero de un año para sacrificio y un pichó de paloma como expiación. Los pobres podían ofrecer dos tórtolas o dos pichones;

- La consagración de los primogénitos a Dios - Kidush Bejorot -: memorial de Aquél que rescató a los hijos de Israel en Egipto.

Las más pura acude mansamente a purificarse.

El que es tres veces Santo es llevado en brazos para ser presentado a Dios. Por el que toda la humanidad es rescatada, se realiza una ofrenda de pobre como rescate y oblación.

Las parturientas debían acudir al Templo luego de cuarenta días del parto. Terrible conteo para nuestros días, y quizás una señal. Una cuarentena monstruosa nos empuja a purificarnos de tanta muerte y a reencontrarnos con Aquél que hace santas todas las cosas.

Porque no es el ritual el que purifica y santifica, sino es Dios quien le confiere el poder de su Gracia. 

Podemos suponer la imagen de esa joven familia galilea: el Templo es enorme, y habitualmente discurren por sus recintos multitudes de Israel y de toda la Diáspora. Son humildes, y como suele pasar con los pobres, son casi invisibles. Solemos mirar sin ver, y de ese modo se nos desdibuja el rostro del hermano y, más aún, el rostro del Altísimo.

La multitud, ocupada en sus cosas. Los sacerdotes, con los ojos nublados por el humo del incienso y la grasa que se quema por los holocaustos. El Señor acude de incógnito -casi confidencial- a una cita que es impostergable.

Por entre ese mar oscilante de gentes que vienen y van, las miradas atentas de dos abuelos los descubren. Ellos sí miran y ven, y entre los dos extremos frágiles de la existencia -un bebé pequeño, dos ancianos de edad avanzada- parece decidirse todo. Mejor dicho, Dios elige esos extremos para manifestarse, para reencontrarse con el pueblo, para prodigar amor y salvación.

Simeón es un abuelo que ha vivido toda su vida sin resignarse, sin ceder un ápice a cualquier desengaño, un hombre de fé, un corazón revestido de esperanza aún cuando todo indique que esa esperanza no procede, que es una tontería, ya está, basta.

Simeón profeta, pues es capaz de mirar y ver más allá de la apariencia y rasgando los velos del tiempo.

Para Simeón y para Israel el encuentro con ese Jesús niño es una contundente ratificación de que todo no ha sido en vano, de que con todo y a pesar de todo hay promesas que se cumplen y que todo puede renovarse y florecer. 

Ese Niño trae Salvación y gloria para Israel y para todos los pueblos, pero también contradicción entre los corazones endurecidos. Cristo interpela a todos sin excepción, y será también una molestia gravosa para otros tantos. la Madre no será ajena: acompañará hasta el Calvario todo el ministerio del Hijo, y es señal de una Iglesia que cuando es fiel cuestiona e interpela, profecía que anuncia y denuncia.

La otra abuela es Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Son credenciales espirituales que nos indican su realidad y su pertenencia, y que la devoción del ayuno y la oración son también servicio, como muchas de nuestras abuelas que vemos, día a día, en el rezo cotidiano del rosario, en la asistencia a misa, en el rezo por los hijos y nietos. A menudo parece que ellas solas sostienen al universo a fuerza de plegaria cuando todo parece derrumbarse. Esa mujer canta y cuenta las maravillas de un Dios que está presente en medio de su pueblo, es precisamente ese Niño, es liberación.

Son dos abuelos y dos testigos: siguiendo la tradición legal de Israel, se requieren al menos dos testigos para garantizar la veracidad de un testimonio, y por ello la presentación del Niño Jesús en el Templo reviste la condición de verdad absoluta.

Luego será el tiempo del regreso al hogar nazareno, y allí el Niño crecerá junto a sus padres robustecido en gracia y sabiduría. 

Dios comparte el acontecer humano. Ha elegido una familia humilde para manifestarse, y quizás sea una señal trinitaria. Se ha encarnado en una Mujer, se ha encarnado en la historia de un pueblo, se ha encarnado en la historia de la humanidad y se presenta ante estos templos andantes que somos humilde y silencioso, un Niño frágil en brazos de su Madre que espera nuestras miradas claras para reconocerlo y agradecer que toda vida vale, que jamás hay que resignarse, que la esperanza se renueva, que la liberación acontece aquí y ahora para mayor gloria de Dios.


Paz y Bien




1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Sagrada Familia de Nazareth, Rueguen por Nosotros y para que sepamos defender la Vida desde la Concepcion 🙏 Buen Domingo 🙏 Paz y Bien

Publicar un comentario

ir arriba