La profetisa Ana, la bendición de una abuela santa y cordial
















Para el día de hoy (30/12/19)  

Evangelio según San Lucas 2, 22. 36-40








El Templo es enorme, y los grupos de peregrinos muy nutridos. El humo del incienso y de la grasa animal que se quema en los holocaustos del culto desvían un poco más cualquier mirada.

Allí, dos jóvenes esposos con un bebé en brazos se confunden entre la multitud. Se les nota la pobreza en las ropas y en las ofrendas humildes, se les adivina el origen en el acento galileo que portan. Son bien judíos, fieles a la fé de Israel que les han legado sus mayores. 
Aún así, entre el gentío pasan inadvertidos -los sacerdotes son los primeros en ignorarlos con exactitud- y es el mismo Dios que se llega de incógnito, sin estridencias ni aspavientos.

Así las multitudes distraídas en sus preocupaciones no lo ven. Los sacerdotes, aferrados a la exactitud litúrgica, tampoco; debe ser que olvidaron a Aquel que daba sustento y sentido y hacia quien se dirige el culto.
Sin embargo, una abuela de ochenta y cuatro años de edad que pasaba sus días en oración y ayuno, no los pierde de vista. Especialmente a ese niño muy pequeño que llora de a ratos.

Hay un encuentro profundo entre una vida que comienza en ese Niño y otra que en apariencia está llegando a su fin. A pesar de todas las convenciones, esa Ana cargada de años está más viva y plena que muchos de los que acudían al Templo. En apariencia no tiene hijos, pero no obstante ello se convierte en abuela de ese Cristo nacido, del mismo modo que Él, en la plenitud de su ministerio, enseñaría que hay raíces mucho más hondas que los simples lazos sanguíneos.
Y como toda abuela orgullosa, cuenta las maravillas de ese Niño pobre a todos los que no han resignado sus esperanzas, y quizás la evangelización se exprese de ese modo.

El corazón de Ana desmiente todas las previsiones de mortalidad cercana, de descarte de los viejos. Todos somos importantes y valiosos y útiles. Más aún, no es arriesgado afirmar que sin muchas Anas de la oración constante y servicial, hace un buen rato que todo se nos hubiera derrumbado, tan empeñados que andamos en tonterías, tan olvidadizos en el cuidado de los extremos de la existencia misma, los niños y los abuelos.
Anas maravillosas que nos vuelven a recordar que a Dios se le puede encontrar a pesar de la bulla y de la masa tan inhumana, en la sencillez y en el silencio, humildemente presente, un Niño a cobijar en nuestros brazos y en nuestros corazones.

El Evangelista Lucas nos regala también una imagen que no podemos pasar por alto: luego de cumplir con sus deberes religiosos, la Sagrada Familia regresa a su querencia galilea. Allí en Nazareth el Niño crecerá y se fortalecerá en familia y en sabiduría. La Gracia de Dios está con Él y en Él.
Dios se ha hecho uno de nosotros en el seno de una familia que lo ama, de un pueblo con su historia, su religión, sus problemas, un signo exacto de su plena humanidad asumida por amor y bondad infinitas.

Paz y Bien

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