Para hacer el bien no hay que pedir permiso















Para el día de hoy (16/12/19) 

Evangelio según San Mateo 21, 23-27





Esta escena que nos brinda el Evangelio para el día de hoy sucede a continuación de la llamada Purificación del Templo: Jesús de Nazareth había expulsado a los mercaderes y volteado las mesas de los cambistas en los atrios del Templo, y declarado sin ambages que la casa de su Padre sería casa de oración, y no la cueva de bandidos en que se había convertido. 
Ello suscitó un escándalo en las autoridades religiosas, pues como consecuencia directa el culto se había paralizado ante la carencia de animales puros para los sacrificios y de monedas autorizadas para el tributo. Pero lo que marca un punto de inflexión es que la autoridad de esos hombres -religiosos profesionales- queda cuestionada, pues obviamente los mercaderes y cambistas están allí autorizados por ellos, y seguramente son partícipes de un pingüe negocio, pero además, cualquier pátina de sacralidad queda derogada frente a la rotunda afirmación del Maestro de que allí, en el corazón mismo de Israel, sólo se encuentran bandidos y delincuentes, y nó hombres santos y respetables como era de esperarse.

Su entrada triunfal en Jerusalem sin asumir el título de Hijo de David los ponía nerviosos y a su vez los confundía; además, no les eran desconocidas todas las acciones de este rabbí galileo, el socorro a los dolientes, la acogida a los pecadores, la bondad que prodigaba sin reservas ni condiciones, la salud que brindaba cordialmente.
Su origen galileo, de periferia casi marginal, los enoja: es un campesino sin estudios ni erudición, no pertenece ni a los rabinos ordenados ni a los escribas formados y reconocidos, carece de permisos y credenciales...que ellos mismos son los encargados de extender y conferir.
Jesús de Nazareth enseñaba las cosas de Dios con una autoridad evidente pero muy distinta a la de los escribas y fariseos: Él hacía crecer cosas nuevas, no oprimía mentes y corazones con un cúmulo insoportable de normas y exégesis que intoxicaban las almas y enturbiaban las miradas, anteponiendo legislación y doctrinas al Dios que les brindaba autenticidad, sentido y trascendencia. Él pasaba haciendo el bien sin requerir credencial de bienhechor oficial.

Allí estaba la raíz del enojo desatado, porque para hacer el bien no hay que pedir permiso, porque Dios ama a los pequeños y a los pobres con asombrosa preferencia, y porque la Encarnación de Dios es en verdad escandalosa. Es un maravilloso y santo escándalo que debemos suplicar nos vuelva a cuestionar criterios elusivos y exclusivistas, para recuperar mirada y corazón capaces de encontrar al Redentor entre nosotros, un Bebé santo en brazos de su Madre.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba