El liderazgo único de la caridad















Domingo Tercero de Pascua

Para el día de hoy (05/05/19):  

Evangelio según San Juan 21, 1-19








Desde los Doce discípulos iniciales, pasando por la traición de Judas, nos encontramos hoy con siete de ellos, cada uno con sus caracteres puntuales, con su personalidad, con sus lealtades y quebrantos: ello simboliza la unidad en la diversidad de la barca de la Iglesia, mientras el número siete su universalidad.

Varios de ellos, antes de la vocación a la Buena Nueva, habían sido pescadores de ese mar en el cual navegaban, pescadores de oficio, pescadores expertos. 
Habían tenido la experiencia del encuentro con el Señor Resucitado, pero esa Pascua aún no había calado hondo en sus corazones, pues en ellos persistían las viejas ideas, los antiguos esquemas, la vida anterior que ya se había dejado atrás. Por ello, que se embarquen con ganas de pescar implica un regreso a lo anterior, cierto retroceso en pos de buscar la tranquilidad de lo conocido, volver a ser simples pescadores en desmedro del llamado e invitación sagrados a ser pescadores de hombres.
La preponderancia de Simón Pedro, llevando la iniciativa y la voz cantante, intenta destacar a nuestra mirada la importancia de la iniciativa y misión del pescador galileo y de todos los Pedros que a través de los tiempos le sucederán.

La noche refleja sus ánimos confusos y los esfuerzos vanos -la pesca estéril- son signos contundentes de una Iglesia que olvida y que no navega con Aquél que es luz del mundo. Aún así, es imperativo no desesperar y seguir, no aflojar, no bajar los brazos porque el amanecer de la presencia sagrada del Resucitado nos arrima a las orillas de la Gracia, a la tierra firme de la Salvación. Él está allí a pesar de que a veces no seamos capaces de verlo, de reconocerlo desde las lejanías que solemos poner para un resguardo propio sin sentido ni destino.
La ausencia de comida es el alma que languidece sin la Palabra y sin el Pan de Vida. Pero Él está allí, fiel, incansable. Como bien lo sabía María de Nazareth, hay que hacer lo que Él diga.
Así entonces los esfuerzos no devienen inútiles, así las redes desbordan de peces de toda forma y tamaño. Esas redes jamás se romperán: si la Iglesia se mantiene unida y fiel, esas redes tendrán el entramado absoluto de la caridad.

En la lejanía, el Discípulo Amado -la comunidad cristiana- reconoce la presencia del Señor, fé y amor en mixtura de esperanza que no se resigna, y Simón Pedro ha de escuchar siempre a ese discípulo amado que reconoce desde el amor al Cristo Viviente en todas las orillas de la existencia.

Ceñirse los vestidos, en aquellos tiempos, poseía el valor simbólico de alistarse para la batalla. Pedro sólo lleva una túnica, reflejo de una desnudez interior aparejada por las veces que negó con rapidez al Maestro en las horas de la Pasión. 
Aún así, se ciñe lo poco que tiene pues emprenderá la más difícil de las batallas, que es la que se libra contra el propio ego.
Aún así, se arroja sin vacilaciones a las aguas, y mientras nada sucede su bautismo definitivo, las aguas lavan su alma, tiene el coraje de la fé en el Cristo que lo espera y no lo abandona.

La mesa está tendida. Es un desayuno que alivia el luto/ayuno de la muerte, es el ágape cordial del Resucitado, del pan de los hermanos, el pan del servicio, el feliz anticipo de la mesa definitiva.

Las preguntas que el Resucitado le realiza a Pedro parecen demudar de tristeza al pescador galileo; no hay recriminaciones ni castigos, pero al pescador le pesan los quebrantos pasados. Por eso mismo, las preguntas son una enseñanza y también una liberación: a pesar de todo, el perdón hace historia las miserias e inaugura futuro y compromiso que estará signado por el amor a Aquél que nos amó primero, misión de paz para los hermanos, misión de servicio antes que de jefaturas, misión que a menudo es cruz que se asume con serena alegría porque Cristo le confía el cuidado de lo que más quiere, su rebaño, sus ovejas.

Paz y Bien


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