Cristo camino, verdad y vida para todos los pueblos

















Para el día de hoy (17/05/19):  

Evangelio según San Juan 14, 1-6









Una clave fundamental para bucear en las profundidades del Evangelio para este día la encontramos situándonos en ambiente y lugar: la enseñanza del Maestro acontece durante la última Cena, ágape de despedida de un Cristo que está a las puertas de la Pasión y de la muerte, un Cristo que se irá, unos discípulos demolidos de tristeza y confusos, enredados en imágenes antiguas. En cierto modo Jesús de Nazareth les está dejando su herencia, y por ello no se acota a los Doce sino a los discípulos de todo tiempo y lugar.

Dios nunca ha dejado solos a los suyos. Lo encontraban en la nube que acompañaba a los peregrinos en el desierto, lo escuchaban en la voz fuerte de los profetas, lo reverenciaban en el ámbito sagrado del Templo de Jerusalem. Sin embargo, en los últimos tiempos -tan nuevos, tan definitivos- ese Dios ya no estará en la nube distante, y la voz de los profetas será plenamente justificada y renovada en Jesucristo su Hijo, presencia real de un Dios que se encarna, se hace hombre, pariente, vecino.

Con un Dios tan cercano se produce un nuevo éxodo, un desplazamiento del Templo de piedra al Templo vivo que es Jesús de Nazareth, la perfecta casa de oración que no ha sido mancillada por los traficantes y ladrones de fé, morada ofrecida por el Padre a todos los hijos.
La casa del Padre tiene muchas habitaciones, tantas como caracteres e identidades quizás encontremos en esos hijos, la palpitante diversidad que se nutre del mismo tronco raigal, la caridad; patria definitiva en donde habitaremos para siempre, viviendo plenamente la vida misma de Dios, un modo pleno de existencia más que la mera descripción de un lugar físico.

A esa patria prometida nos conduce el Maestro: la puerta ha sido abierta por el sacrificio inmenso de su vida ofrecida en la cruz. Es preciso descreer de esas cuestiones mágicas, instantáneas, clicks de los corazones. Todo tiene su tiempo y su proceso, su germinación y su crecimiento hasta el tiempo santo de la cosecha, y es en el durante, en el mientras tanto que debemos seguir andando, a paso firme, sin claudicar ni desfallecer.
Cristo, nuestro hermano y Señor, es precisamente el camino para llegar a la casa del Padre, camino para no quedarse, verdad para encontrar destino, sentido y libertad, vida que nos despeje todas las muertes que nos aquejan.

La morada de Dios no es una locación espiritual post mortem, una difusa promesa para el después, sino que se intuye y se comienza a saborear en lo cotidiano. Dios se brinda a sí mismo aquí y ahora.

Paz y Bien

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