El hambre santo del cuerpo de Cristo
















Para el día de hoy (07/05/19):  

Evangelio según San Juan 6, 30-35 






El pasado es importante si es historia que fundamenta y proyecta el presente, y si de esa historia se ha aprendido y aprehendido lo que en verdad es valioso. Pero, aunque suene redundante, el pasado cobra sentido en tanto que tal, es decir, en tanto que uno puede mirar hacia atrás. 
Cuando ese pasado se replica ad nauseam hacia adelante, el presente se desdibuja en una dialéctica perversa de repetición -cuando no también patológica-, y bloquea toda posibilidad de edificar futuro.

Y hay otra cuestión, no menos importante, aunque la herramienta literaria suene banal: las glorias pasadas son importantes, pero los partidos deben ganarse cada día. Vivir el presente sin desmayos, como el Dios de Jesús de Nazareth, el que es.

Esas gentes sencillas, frente al enorme asombro del pan multiplicado que sacia el hambre de miles, reivindican su pertenencia al pueblo elegido por un pasado glorioso al que se aferran: en este caso, se trata del maná del desierto que sostenía sus vida, procurado según ellos por Moisés.
En la misma línea de lo expresado, el memorial es dable y noble. Más aún, es vital. Los problemas comienzan cuando esa memoria se estratifica e impide cualquier otra mirada posterior. Ellos se quedaron con el maná que guardaba la supervivencia de sus padres en el desierto sin poder ver -o querer ver- nada más.
Así se aferraban al signo e ignoraban el sentido fundamental de ese signo, el amor de Dios por su pueblo.

El maná sostenía la existencia en días en que vivir era casi imposible, y esa garantía expresaba la bondad de ese Dios para con los suyos. Sin embargo, y a pesar de ese alimento providencial, esos peregrinos habían muerto.

El Maestro, con una paciencia de la que carecemos, les enseña a ver más allá de las apariencias. 
Hay un hambre que no puede ignorarse ni tolerarse, el hambre impuesto, la necesidad justificada por razones inhumanas, el sufrimiento no elegido y razonado. El hambre que no se elige como ofrenda a Dios y a los hermanos ha de ser entre nosotros una gravísima injuria, intolerable, inexcusable.

Pero hay un hambre deseado, necesario, imprescindible. Hambre de justicia y fraternidad, de compasión y bondad, hambre de eternidad, de Salvación.
El maná del desierto era, en resumidas cuentas, un objeto que fué parte de su historia. Ahora es tiempo de pasar de los objetos a un sujeto, a la persona de Cristo que sacia el hambre fundamental de todos los pueblos, pan del presente, pan de una cena pascual que está vivo y presente en la mesa de los hermanos.

Paz y Bien

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