Todo se hace nuevo con la Gracia de Dios













Para el día de hoy (07/09/18):  


Evangelio según San Lucas 5, 33-39






La lectura de hoy nos convoca a través de dos perspectivas confluyentes.
En principio, la discusión acerca del ayuno: si bien es una práctica usual a todas las religiones, en tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth tanto los fariseos como los discípulos del Bautista ayunaban por la obligatoriedad instaurada y por una tradición que expresaba la silente protesta por la situación de su pueblo frente a la ausencia del Mesías que habría de liberarlos de todos los yugos. Esa ascesis se correspondía también con una piedad a menudo resignada a tiempos oscuros.
El Maestro no desdeñaba el ayuno, pero no obligaba a los suyos a practicarlo de manera rigurosa o taxativa por un criterio opuesto al usual: el Mesías ya esta allí entre ellos y más aún, el Reino que acontece con Su persona implica los esponsales de Dios con la humanidad, tiempo de celebración antes que de rictus severo.
Habrá, claro está, un momento en donde el Novio de esos esponsales, Cristo, les será quitado, pero la tenacidad del amor de Dios en la resurrección revertirá todo el luto, y prevalecerá -a pesar de todo y de todos- la alegría y la vida.

El segundo aspecto decisivo es la absoluta novedad del Evangelio.  La inutilidad del parche del vestido nuevo para remendar el vestido viejo refiere a mixturar con pequeños fragmentos de la Buena Noticia la vieja religiosidad, los antiguos esquemas, esa espiritualidad light o cómoda sin conversión. No puede haber medias tintas.
Más aún: no se vierte el vino de la Gracia en los odres perimidos de los prejuicios, de la piedad sin corazón, de una fé que pretende trocar méritos por bendiciones.

El vino del Evangelio se añeja y, por ello, se vuelve para nosotros el mejor de los vinos cuando se añeja pacientemente en los odres nuevos de nuestro corazón, como María de Nazareth, que guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón.

Paz y Bien

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