Viernes Santo: la gloria de la cruz




Viernes Santo de la Pasión del Señor

Para el día de hoy (25/03/16):  

Evangelio según San Juan 18, 1-19, 42
 



El silencio, cuando no es impuesto ni es producto del miedo, cuando se le elige para contemplar y escuchar lo profundo, lo que trasciende, deviene en espacio pródigo, terreno propicio para un encuentro eterno, para  que la contundencia de la verdad florezca en el bien, raíz adentro de los corazones.
Por eso, desde un silencio despierto y atento, nos podemos internar en las aguas profundas de la Palabra de Dios y así contemplar el misterio de la Pasión del Señor.

Aferrarse a la pura letra no es sano ni mucho menos justo. La literalidad es causa directa de todos los fundamentalismos, que nada tienen que ver con el Reino de Dios.
Así entonces, desde ese silencio devocional y confiados en la asistencia del Espíritu de Dios navegamos por los distintos niveles de profundidad que se nos ofrecen, que están allí y suelen pasarse por alto. Los ruidos mundanos suelen obturar el crecimiento y nos distraen de la cuestión primordial, el amor de Dios que se manifiesta en Jesucristo.

Ante todo, nos encontramos con un Cristo que está solo: lo ha traicionado Judas, lo ha negado Pedro, lo vituperan y condenan los dirigentes de su pueblo, los otros discípulos se dispersan y se ocultan, las multitudes eufóricas del Domingo de Ramos ahora claman por Barrabás.
Pero Él se mantiene firme y fiel al Padre. Su entereza es por ello definitiva y causa de nuestra esperanza.

No serán los manejos ni las trampas de sus enemigos los que obtendrán un preso tan especial. No será el juicio amañado el causante de su muerte, ni el terrible poder de las legiones romanas quien decida su suerte.
Ha llegado su hora, el tiempo santo de ofrendar su vida, y Jesús de Nazareth es plenamente libre a la hora decisiva de morir. Él es quien lo decide, no causas externas ni tampoco los poderosos revestidos de odio.

No será la erudición de los escribas sanedritas, los que fundamentan religiosamente todo atropello los que tengan la voz cantante.
No será el cínico Caifás el que emita un dictamen abrasador. El reducido momento del Maestro en presencia del Sumo Sacerdote sugiere contundente que la decisión está tomada de antemano y hace tiempo, un auténtico pre-juicio.
No será el pretor romano el juez definitivo: esgrime el poder mundano que encolumna todas las acciones en aras de ese poder imperial, el fin justificado por los medios. Pilatos se lava las manos frente a la condena del inocente, y no hay en él ni verdad ni justicia. En realidad, el preso maniatado, el rabbí galileo que ha pasado  haciendo el bien es quien juzga con su presencia humilde a sus enemigos.

Ni las torturas ni las humillaciones hacen mella en su decisión irrevocable de permanecer fiel. Nadie en verdad puede juzgarle, pues a Dios no se le juzga, y Él es su Hijo.

Es crucificado entre dos delincuentes, como un criminal abyecto. La cruz es patíbulo romano; para las razones mundanas de poder es un escándalo, un Mesías derrotado. Para la mentalidad judía, es una maldición. Para el poder romano, es un subversivo que no rinde culto al César como a un dios.
El cartel que identifica en la cruz al reo condenado intenta ser una burla y una humillación más: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.
Llamado Jesús como tantos otros de su tiempo, y paisano de una aldea polvorienta de la periferia galilea en donde no pasa nunca nada. No es rey de los judíos, pues el título correcto -en esos criterios de dominio mundano- hubiera sido el de Rey de Israel.
Aún así y desde la fé, descubrimos no sin asombro que ese Cristo es el Dios que llega a nuestras vidas desde los bordes, un Dios que elige la periferia para florecer salvación, un Mesías pobre y humilde que sí, es un Rey con mayúsculas, más su reino no es de este mundo de opresión y dolores. Su reino es el de Dios, el de los corazones en donde todo se decide en el amor y el servicio.

Jesucristo muere en la cruz dando una extraña batalla con el gusto amargo de derrota que no elude. Mansa guerra en donde la sangre que se derrama es la propia, donde se busca la victoria humana, donde se muere para que todos vivan, incluidos aquellos que le condenan.
Porque la gloria de la cruz, la gloria de Cristo es que nadie le quita la vida, sino que Él la ofrece infinitamente generoso para la Salvación de todos del pecado que nos sepulta.

Paz y Bien

2 comentarios:

ven dijo...

Gracias, que Dios sea con usted.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Gracias a usted
Que el Cristo de la Pasión nos eleve a la tierra prometida de la Gracia

Paz y Bien

Ricardo

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