El bien mayor






Para el día de hoy (04/03/16): 

Evangelio según San Marcos 12, 28b-34




El hombre que se acerca pertenece a un grupo que habitualmente es un furibundo enemigo y un brutal censor de todo lo que el Maestro hace y dice, pero en esta ocasión el talante es radicalmente distinto.

En primer lugar, el escriba llega hasta donde se encuentra Jesús de manera individual, no se escuda en la presión de aquellos que usualmente encienden su detector de heterodoxias y blasfemias, pero que suelen pasar por alto la verdad aunque ésta sea evidente, aunque destelle ante sus ojos.

En segundo lugar, hay en él una sincera búsqueda de verdad acerca de una cuestión fundamental para la fé de Israel: 613 mandamientos o mitzvot que componen la Ley -248 de carácter positivo y 365 de carácter negativo- que suscitan encendidos choques dialécticos y casuística revestida de polémica. Todas ellas son perfectamente comprensibles, pues en tal acumulación de obligaciones es harto razonable que se eleve la gran pregunta acerca de cual es el bien mayor, el mandamiento que más claramente representa la voluntad de Dios en la tradición de Israel y, desde allí, lo primordial en el comportamiento humano.

En ese escriba acontece el segundo paso de la fé cristiana, que es la confianza puesta en la persona de Jesús de Nazareth. El primer paso es el Dios que sale en su búsqueda, suscitando un corazón que ansía la verdad, pues de Dios son siempre las primacías, y es la fé un don y misterio.

La respuesta del Maestro no se hace esperar: recita sin vacilaciones la antigua oración de su pueblo, Shema Ysrael -Escucha Israel-, en la cual se reafirma el amor a Dios como valor absoluto, trascendente, definitivo.
Dios es el Señor, no los poderosos, no aquellos que ostentan blasones o poderes a menudo efímeros, no los opresores. 
Con el mismo símbolo de esa cruz que expresará el amor rotundo de Dios por la humanidad, dos brazos inseparables componen el todo: un madero se extiende hacia lo alto, y el otro, como un abrazo sin límites, en plenitud horizontal hacia el hermano, hacia el prójimo que se busca, se edifica, se reconoce. El amor de Dios es inseparable del amor al prójimo, y allí mismo radica todo el culto, todas las plegarias, todos los destinos.
Es por ello que toda religiosidad que pretende rendir honras a Dios olvidándose del hombre está lejos del querer del Padre de Jesucristo.

Con la misma sincera honestidad con que comienza, el escriba reconoce en Jesús de Nazareth la verdad que en su Palabra resplandece, y es por ello que lo reconoce como rabbí, como Maestro al que hay que escuchar con atención, y es precisamente esa escucha atenta lo que llamamos obediencia.
No es un tema menor: implica dar un salto sin red desde las honduras de su alma, superar durísimos esquemas que aprisionan mentes y corazones, invertir valores que se suponen inamovibles.

Por ello es el Jesús reivindica esa certeza del escriba. Este hombre no está lejos del Reino de Dios, pero aún debe recorrer el puente definitivo que lo lleve a la tierra prometida de la Gracia, en donde el Maestro es el Mesías y en donde el prójimo no es sólo mi igual por pertenencia, por religión o por nacionalidad, sino por compartir vínculos filiales con el mismo Padre universal y eterno.

Quiera el Espíritu que en el crisol de la Cuaresma se nos vaya volviendo el mandamiento del amor nó tanto una obligación sino más bien un aspecto tan natural y necesario como el respirar, como el vivir.

Paz y Bien
 

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