Sábado Santo: un muerto peligroso, una tumba prestada



*Hoy la Iglesia, hasta la vigilia Pascual en la noche, permanece en silencio contemplando al Cristo muerto. Por eso no hay liturgia del día. Aún así, se propone la lectura del Evangelio según San Lucas 23, 50-56, para reflexionar y orar.*


Frente a la muerte nos involucramos en los ritos mortuorios de cada cultura que parecen querer ahondar el dolor, que acentúan lo luctuoso, las lágrimas, la desazón. No obstante y a pesar de todo ello, quizás el gravamen mayor esté en el regreso a la cotidianeidad, pues en el día a día nos duele la ausencia del ser querido.

El plato vacío, la silla sin usar, la voz que no se escucha, los gestos que no se ven, las ropas inútiles, un gran vacío que nada ni nadie llena. Y en nuestras costumbres teñidas de egoísmo, solemos valorar algo o alguien cuando lo perdemos, en injusto memorial. 
Hay otra cuestión psicológica, la culpa del sobreviviente. Porque él y yo nó, y cómo seguir viviendo ahora que nos hemos quedado tan solos.

Todo ello se debe haber vivido al tiempo de la muerte del Señor.

En el núcleo de la primera comunidad se había cosechado un traidor, porque traiciona aquél en quien se confía, aquél que está al lado, no un extraño, no un ajeno. Y los otros discípulos se habían dispersado con rapidez, ocultos por el miedo, demolidos de estupor por la muerte ignominiosa del Maestro.

Sólo permanecen con Él algunas mujeres, su Madre y otras pocas más. Por los criterios sociales y religiosos de su tiempo, mucho no pueden hacer precisamente porque son mujeres; sin embargo, en ellas permanece encendido un pequeño rescoldo de esperanza a pesar de estar anegadas por las lágrimas.

Para la Madre es durísimo. La naturaleza indica que son los hijos quienes deben sepultar a los padres, y nó a la inversa. Ella lo sintió crecer en las honduras de su seno, sangre de su sangre -seguro tenía sus mismos ojos-, lo vió crecer a sus tiempos y elevarse en Gracia, Madre, hermana y discípula.
Crucificado el Hijo, crucificada y doliente la Madre.
Él es inocente, príncipe de la paz, Hijo de Dios que ha pasado haciendo el bien. Con Él agonizan todos los inocentes de todos los tiempos, y Él muere para que nadie más sea crucificado.

Esas mujeres fieles en el dolor, preparan especies aromáticas y perfumes, para honrar al muerto amado, para hacer retroceder los hedores de la muerte, y quizás intuyéndolo a pesar del llanto germinan la esperanza en la promesa que Él les había hecho.

En momentos críticos, cuando todo parece derrumbarse alrededor, suelen surgir y hacerse presente personas que permanecen firmes en medio de las tormentas, nobles árboles que son refugio para los corazones en pena y desolación.
Por morir crucificado Cristo se vuelve un impuro absoluto y un maldito, indigno de ser sepultado con los hijos de Israel. Por ello le hubiera correspondido una fosa común, como si de un residuo miserable se tratara.
José de Arimatea y Nicodemo eran discípulos clandestinos del Señor; José lo defiende con valentía en su calidad de miembro del Sanedrín que lo condena -era paisano galileo también-. Nicodemo lo visitaba en la noche, ávido de la verdad que encontraba en el Maestro. 
Cuando todos se han dispersado de miedo, cuando las mujeres poco pueden hacer, ellos se hacen presentes, quizás porque a veces las cosas no han de ocultarse, han de decirse con voz clara y sin ambages, y así se presentan ante el pretor romano requiriendo el cuerpo del Maestro muerto.

La tumba es nueva, no ha sido habitada por la muerte, y es el símbolo de las primacías puras que sólo se ofrecen a Dios. Pero es señal de la pobreza elegida por el Maestro, pobre vive y pobre muere, tumba prestada.

Andan con prisas, porque los rigores del Shabbat están próximos.
Una piedra de peso inverosímil clausura el acceso y tiene la contundencia de la muerte.
Destinan un pelotón de soldados a vigilar la tumba: la excusa es que algunos partidarios de Jesús puedan robar el cuerpo, y argumentar que no ha muerto, que ha vuelto a la vida. Pero lo que no se dice y está allí, flotando en el ambiente, es que el Cristo yaciente es un muerto inquieto y peligroso. La presencia militar parece prolongar la violencia sufrida.

A pesar de la piedra pesadísima, a pesar de la guardia armada, a pesar de la noche demoledora y las lágrimas ciertas, hay que esperar y no rendirse ni resignarse aunque el trago sea muy amargo.
Aunque sea cosa de locos e insensatos, hay que seguir confiando en la vida.

Paz y Bien


2 comentarios:

ven dijo...

fieles en el dolor, esperar en Dios, confiar, gracias por este compartir, que podamos resucitar con ÉL, que este día de oración sea lleno de gracias para usted, gracias, mil gracias.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Gracias por su presencia y sus palabras.
Mientras aguardamos en silencio y oración, permítame confiar un deseo de alegría inmensa y gratitud en la Vigilia Pascual para usted y su comunidad.

Paz y Bien

Ricardo

Publicar un comentario

ir arriba