Se acerca nuestra liberación




Para el día de hoy (26/11/15): 

Evangelio según San Lucas 21, 20-28





El lenguaje apocalíptico no es sencillo ni digerible especialmente para nosotros, mujeres y hombres que oscilamos culturalmente entre dos siglos, dos mil años después de escritos los Evangelios.
Un indicio interpretativo es el significado de Jerusalem para las gentes del siglo I: tanto para judíos como para las primeras comunidades cristianas, era la Ciudad Eterna, faro seguro y presencia de Dios que los nutría de identidad nacional y religiosa y una certeza inamovible en la que se afirmaban frente a los horrores de la ocupación romana.

Jesús de Nazareth, en tenor profético, les preanuncia a sus oyentes las calamidades que sobrevendrán, una guerra extensa y brutal de ocho años, el asedio de Jerusalem, la destrucción del Templo y de la Ciudad Eterna y la dispersión de los pocos sobrevivientes por las legiones imperiales de Vespasiano y Tito en el año 70.
Ello implicó el colapso de toda una cosmovisión, y que quedaran arrasadas todas las esperanzas. Sin destino ni horizonte, la noche parece no tener fin, las desgracias una constante inagotable.

Así es posible proyectar ese escenario a cada uno de los tiempos históricos en donde acontezcan desgracias y calamidades que arrasen los cuerpos y demuelan las almas. Cada tiempo tenebroso tiene, por lo general, la misma característica, y es su aparente perennidad, su enquistación definitiva en la cotidianeidad de las personas, como una maldición del presente y una negación del futuro.

Con todo y a pesar de todo, aún cuando señales cósmicas indiquen lo contrario, la esperanza sigue viva como el humilde y tenaz rescoldo que no se apaga. Dios no nos ha abandonado. Dios está tan amorosamente implicado en la historia que se ha hecho tiempo, vecino, pariente, un Niño en brazos de su Madre que desafía mansamente a los poderes, a los imperios, a todas las opresiones desde la fidelidad y la ternura.

Dios con nosotros. Está muy cerca nuestra liberación.

Paz y Bien

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