Como la higuera




Para el día de hoy (27/11/15): 

Evangelio según San Lucas 21, 29-33 




Como en los días previos, continuamos contemplando el discurso apocalíptico de Jesús, un discurso con un lenguaje muy peculiar en el que a pesar de sus tonalidades, se dibuja un contorno de esperanza y plenitud.

Es menester tener en cuenta que en la lectura de este día el Maestro hace hincapié en cuando acontecerá el Reino de Dios, en su cercanía, y nó en el Día del Hijo del Hombre, la Parusía, que es una referencia teológica distinta.

El Reino de Dios no implica lo subrepticio, lo abrupto e inesperado: el Reino de Dios es una realidad que florece a través de la historia humana, siempre con colores de tiempo presente.
Aún así, es imprescindible descubrir los signos de su llegada, de su presencia humilde y tenaz que es la certeza de un Dios profundamente tejido en la historia de la humanidad, misterio inmenso de amor expresado en la Encarnación.

El Maestro se valía de ejemplos sencillos, de cuestiones que sus oyentes comprendían pues eran parte de su cotidianeidad, y desde allí les abría ventanas de eternidad. Así toma el ejemplo de la higuera: cuando asoman las brevas, los primeros frutos, es señal/signo inequívoco de la llegada del verano. Y hay signos profundamente humanos -y por ello, divinos- que son señales del Reino aquí y ahora.

Esa actitud de discernimiento, de atención permanente es característica propia de los discípulos. Hace a la identidad de los seguidores de Cristo, a su hambre constante de verdad y trascendencia, a su necesidad de ir más allá de cualquier apariencia.
Como siempre, la clave es ir hacia donde el signo nos dirige la mirada; de cualquier otro modo, nos quedaríamos en el color de la señal y nó, en cambio, en su orientación primordial.

Pero hay otra cuestión que no es menor. Así como es impostergable buscar los signos, también tenemos una humilde vocación de higueras santas, de brindar signos que indiquen al otro la alegre y mansa llegada del Reino entre nosotros, frutos buenos de compasión y solidaridad, de justicia y liberación, de servicio fecundo, generoso y desinteresado.

Que la Palabra nos siga suscitando frutos nuevos de santidad.

Paz y Bien




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