Religiosidad diezmada



San José de Calasanz, presbítero

Para el día de hoy (25/08/15): 
Evangelio según San Mateo 23, 23-26




En la tradición religiosa e histórica de Israel, la ley del diezmo tenía gran relevancia e incidencia en la vida cotidiana. Así entonces, la décima parte de las cosechas, de los frutos de la tierra -de allí diezmo- debían destinarse al sostenimiento del Templo y de los sacerdotes; en cierto modo, se constituía el erario público, pues de allí también salían los recursos que se destinaban a auxiliar a huérfanos y viudas y limosnas para los más pobres.

Sin embargo, con el correr de los años y el aumento de la influencia de la corriente farisea, la estricta puntillosidad de estos hombres extendió la obligatoriedad del diezmo a toda la actividad económica, y de ese modo obligaban a pagar diezmos sobre hierbas silvestres que crecían en el campo, y sobre algunos condimentos. Por eso no es difícil imaginarse a un ama de casa con un puñado de perejil o de menta presta a cocinar, separando una ramita de cada diez para cumplir con el impuesto.

Aquí haremos dos simples llamados de atención: el diezmo significaba, simbólicamente, el derecho de propiedad de Dios por sobre todas las cosas. También, la necesidad de prestar atención a los detalles pequeños.

Lo verdaderamente grave, que desata ayes doloridos y enojados por el Maestro, es que esos hombres, todos ellos religiosos profesionales, en pos de una estricta observancia de la Ley, olvidaban al Dios que le otorgaba sustento y sentido a su fé. Así diezmaban su religiosidad, pues se trataba de un horizonte mezquino sin Dios y sin prójimo, pura práctica externa pseudopiadosa que, necesariamente, conduce a estadios opresivos.

Porque en el tiempo de la Gracia, el amor a Dios se expresa en el amor al prójimo. Ambos son los brazos de una misma cruz, y cuando hay más rigor en minucias sin sentido, no queda lugar para lo que cuenta y permanece, la justicia, la misericordia, la fidelidad. Así filtramos mosquitos y dejamos pasar manadas de camellos, así valdrán más objetos y condiciones que la vida del otro.

Cuando no hay misericordia, la bendición de la Gracia ha sido rechazada. Cuando no hay justicia, sólo hay dolor y opresión. Cuando no hay fidelidad, no hay sitio en los corazones para que se afinque mansamente el Dios que nos busca sin descanso.

Paz y Bien

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