Esencia misionera





Para el día de hoy (20/08/15):  

Evangelio según San Mateo 22, 1-14



Siempre es menester detenernos sobre ciertas cuestiones, en especial aquella tendencia a leer linealmente, por sobre la superficie, los textos sagrados. Toda literalidad conduce a ominosos fundamentalismos, y por tal, a senderos opuestos y ajenos a la Buena Noticia.
Así no nos espanta ni nos indicar conductas a seguir las acciones de ese rey dibujado en la parábola, que preso de sus enojos, sale en tren de venganza a aplastar a los homicidas y a prender fuego a la ciudad. Se trata de un recurso que es a la vez literario y educativo, más hipérbole que parábola, en donde se acentúan y exageran contenidos de un relato con la intención de generar una imagen duradera, que cale hondo en las mentes. Y en los corazones.

Lo que en verdad cuenta tiene más de una vertiente nutricia.

Por una parte, la revelación de que Dios quiere celebrar con la creación las bodas de su Hijo: unas bodas implican amor, celebración del compromiso que perdura más allá de los problemas, fidelidad hasta la muerte y más allá, vida que se re-crea y se expande. Son los sagrados esponsales de un Dios que, ante todo, está enamorado de la creación, de la humanidad. Y todos sabemos que los enamorados son capaces de todas las locuras, de todos los asombros, de romper las costuras estrechas de la lógica.

Por otra parte, la misión de los servidores. Es tarea que se encomienda a la gente cercana, en la que se confía plenamente. Y aunque nos cueste, es preciso identificarnos allí a todos y cada uno de nosotros.
Es preciso salir, largarse a los caminos. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, en las encrucijadas o cruces de caminos se ubicaban, abandonados a su suerte, los paralíticos, los ciegos, los leprosos y todos los indeseables de siempre.  
Hay invitaciones preferenciales al ágape inmenso de Dios que es prioritario entregar de manera clara y efectiva a todos aquellos que languidecen en todas las periferias de la existencia, allí en donde se descarta lo humano como sobrante, como resto, como nada, oquedades en donde toda noticia necesariamente es igual a la anterior, puro devenir de oscuridad continua y resignación.

Tal tarea, tan enorme, revela la esencia misionera de la Iglesia, que porta un mensaje único y universal y que no discrimina entre buenos y malos, feos o agradables, justos y pecadores. Nadie debe faltar a la mesa grande de Dios en donde la vida se celebra, pues la Buena Noticia es savia que corre sin detenerse, fecundando todas las ramas de la existencia humana.

Eso sí, es importantísimo recalcar para todos, sin excepción -incluidos especialmente todos nosotros- la etiqueta especial que se requiere. 
Porque para la mesa del Reino, que es mesa de hermanos y amigos, es imprescindible revestirse de caridad, reflejo perfecto de la Gracia de Dios que todo lo transforma.

Paz y Bien



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