Tormentas de olvido




Domingo 12º durante el año

Para el día de hoy (21/06/15):  

Evangelio según San Marcos 4, 35-41



A la hora de la reflexión, todos los detalles son importantes, los signos, los símbolos, los gestos -por pequeños que sean-, la geografía, los colores, los estados de ánimo. Todo ello confluye en mensajes y enseñanza de salvación, pues cada uno de esos componentes están fecundados por el Espíritu de Dios.
Así entonces implica cierto síntoma de hambre de verdad que nunca debe faltarnos, de esa verdad que nos hace libres y que es Cristo, tesoro escondido de la Gracia en la cotidianeidad.

Siguiendo al Evangelista Marcos, sabemos que Jesús de Nazareth y los suyos se encuentran en tierras judías, y que el Maestro pide cruzar hacia la otra orilla del mar -borde oriental del mar de Galilea-, territorio de la Decápolis, la confederación de las diez ciudades, región habitada mayormente por paganos y, por ello mismo, terreno extranjero.
Tras una mirada simple y literal, esto arrojaría una conclusión geográfica convencional; más también hay una geografía espiritual, una geografía de la Salvación, la decisión de Cristo de llevar la Buena Noticia a todos los pueblos y más aún, a aquellos a los que tradicionalmente se los identifica como ajenos, impuros, enemigos. Es todo un desafío a la cerrazón de sus discípulos, frecuentemente presos de sus viejos esquemas. 

El Maestro no se detiene en esas vacilaciones y se embarca, dejando atrás a una multitud que quiere coronarlo rey. Él vive permanentemente la realidad plena de su Padre, y se reviste de mansa confianza, lejos de cualquier temor. Seguramente, los trajines de su ministerio lo han agotado: la empatía y la compasión con los más necesitados suele pasar un gravoso costo de cansancio al cuerpo que es menester pagar. Y en un rasgo de humanidad sencilla y entrañable, Él se duerme con la barca por lecho. Curiosamente, se ubica a popa, cerca del cabezal. Ocupa el lugar del timonel, y allí hay un símbolo silente: hay que confiar que Cristo siempre conduce la barca que es la Iglesia, y que si lo dejamos, también guiará estas pequeñas naves de nuestra existencia.

Junto a la barca de los discípulos hay otras barcas mencionadas. Más parece que la borrasca sólo afecta a la de los discípulos; muchos de ellos son experimentados pescadores de oficio de ese mismo mar, por lo que la virulencia de la tormenta y el peligro presentido han debido ser notorios, como es notorio el reproche que le hacen al Maestro, en directa proporción al miedo que han incubado.

Más allá del viento de la zona y de las aguas que en ese mar suelen encresparse, ellos están aquejados por otro tipo de tormenta, por tormentas de olvido. La tormenta de negar que en otra orilla, por extraña que parezca, pueda haber hijos de Dios, hermanos y destinatarios de la bendición universal, temporal que desata la negación del otro.
Pero también los aqueja otro tipo de olvido, el del exclusivismo. No navegan solos, hay otras barcas allí, barcas que no escapan a la mirada bondadosa de Dios.

A veces gustamos hacer mares de pequeñas copas de agua. A veces las propias tormentas se nos hacen únicas e incomparables. Y con demasiada frecuencia, le endilgamos a ese Cristo que reposa la responsabilidad por las tormentas que nosotros mismos generamos por ausencia de fé y por carencias cordiales.

Es necesario que ese Cristo que suponemos dormido y ajeno a nuestras pretensiones y faenas despierte a los verdaderamente adormecidos, nuestros corazones. Y que suscite el milagro de navegar en busca del otro, desde una fé débil, pequeña e incipiente.
Y que nos despeje esos temores vanos que hacen tanto ruido inútil. Sólo en Cristo todo se puede, sólo en Cristo está la paz que permanece.

Paz y Bien
 

1 comentarios:

pensamiento dijo...

El abandono es un camino de fe. La fe ha de ser la única luz del camino. Gracias.

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