Escondido en la historia



Domingo 11º durante el año

Para el día de hoy (14/06/15):  

Evangelio según San Marcos 4, 26-34





Existe un contexto importante que es menester no soslayar, y es que los oyentes del Maestro eran, en su gran mayoría, campesinos judíos del siglo I. Ello tiene dos implicancias: por un lado, una importante cuestión olvidada, y es que Jesús de Nazareth hablaba y enseñaba las cosas de Dios a partir de lo cotidiano, de lo que las mujeres y los hombres de su tiempo vivían a diario. Por otro, que ausentes los avances científicos que hoy quizás sobreabundan, esos campesinos eran mucho más permeables a lo misterioso entendido ello como lo que excede los parámetros de la razón, y quizás por ello, sean cuestiones del co-razón.

Las etapas lo sugieren: el labriego que siembra, la semilla que escondida en los pliegues de la tierra germina y crece en espigas, la cosecha inaudita, el regreso del labriego para la cosecha. Aún con toda la ciencia -que en gran medida es signo del crecimiento del conocimiento humano- hay allí algo escondido. La fuerza de la vida, y más aún, la gratuidad de la vida, su pujanza, su humilde fuerza, su asombrosa tenacidad de siempre volver a germinar. La vida que con todo y a pesar de todo sigue creciéndose aún cuando no sea perceptible y evidente.
Decimos vida, decimos Reino de Dios, porque el Reino de Dios entre nosotros es vida en abundancia, plenitud ofrecida que es toda de Dios para sus hijas e hijos, pero que requiere también de labriegos que se empeñen con confianza campesinas a la tarea.

Contra toda suposición punitiva, o de asertos terribles, la cosecha habla de un tiempo grato, feliz. Porque no decide la hoz que se aplica, sino que todo está signado por la abundancia de los frutos, producto de esa fuerza escondida de la semilla.

Con el grano de mostaza, la postura es similar. En el siglo I, las plantas de mostaza eran habituales observarlas en Palestina y Medio Oriente, y en algunos casos su talla alcanzaba más de tres metros de altura y una notable frondosidad. Allí hay una contraposición evidente, la frondosidad final contra el inicio somero y casi insignificante, pues la semilla de mostaza es pequeñísima. Más hay también una contraposición tácita, la de ciertas imágenes de árboles majestuosos e imponentes que impregnan el todo con su grandeza y su gloria.
Para Cristo, el Reino es como esa semilla tan mínima y humilde, que crece y crece con un empuje insospechado, y con un horizonte frondoso, destino de ser cobijo a muchísimos pájaros a la deriva, imagen exacta de una Iglesia universal de muchas ramas cuya savia y cuyo tronco primordial siempre es el mismo, ese Cristo y esa Gracia de Dios que vivifica.

En la historia humana, y en nuestra historia cotidiana, el Reino está escondido, y continúa creciendo. 
Ello nos renueva y recrea la esperanza. Es menester saber reconocer los frutos, y permitirse la gratitud de los asombros, pues no somos simples espectadores, sino invitados preferenciales a participar como labriegos en estas cosas de Dios que nos suceden aquí y ahora.

Paz y Bien

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