Vidas y corazones opacos




San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir. Memorial

Para el día de hoy (17/10/14) 

Evangelio según San Lucas 12, 1-7




La advertencia de Jesús no es menor. En esa multitud que se agolpa hambrienta de verdad, entre los discípulos, podemos descubrirnos a nosotros mismos expectantes también, inmersos en un mundo que se afana en superficialidades vanas y banales que sólo tienen por fruto la inhumanidad y la injusticia.

Él llama a despertarse contra el peligroso sopor de la hipocresía; en su raíz etimológica -hypokrisis- significa literalmente responder con caras fingidas, con máscaras, o sea, actuar lo que no se es. Es conservar una pátina agradable, simpática y a menudo convincente, pero que por debajo de ella se esconde lo perverso, lobos disfrazados de ovejas, corrupción, muerte, la pura exterioridad elevada a la máxima potencia.

Precisamente la hipocresía es la levadura de los fariseos. Las levaduras no se definen por ser fermento, sino más bien por el pan que a partir de ellas se obtiene. Y el pan de los fariseos es un pan individual, producto de egos inflamados, pan para unos pocos que no alimenta, un pan que separa, un pan que intoxica, un pan que vuelve opacas vidas y corazones. Como ciertos vidrios, existencias así no traslucen la luz del sol, sino reflejos tergiversados y convenientes en donde no cuenta el nosotros, en donde no hay espacio para el hermano ni, mucho menos, para Dios.

En cambio, el pan de Cristo -producto de la levadura del Reino- es el pan de la mesa grande, de la abundancia de la bondad, de la previsión por los que no llegan, de la vida compartida como algo digno de celebrarse en una fiesta inmensa a la que todos están invitados, un pan que alimenta y sustenta la existencia desde la cotidianeidad hacia la eternidad que se entreteje en nuestro aquí y ahora.
Se trata de un pan asombroso que nos vuelve transparentes a una luz que no nos pertenece, y que a todos los rincones debe iluminar. Se trata del pan que nos ensancha el pecho y nos clarifica la mirada, por el que nos damos cuenta de que todos somos hijas e hijos, valiosísimos en el corazón inmensamente sagrado de Dios. 
A su mirada de Padre y Madre amoroso, todos, sin excepción, somos importantes, valiosos, únicos.

Que nunca nos falte el pan de Cristo, el pan de Vida, el hacernos pan para el hermano.

Paz y Bien

1 comentarios:

pensamiento dijo...

Dame, Señor de tu Pan de vida, gracias.

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