Lo que no puede comprarse



Para el día de hoy (19/10/14) 

Evangelio según San Mateo 22, 15-21




Mucho se ha escrito y expresado acerca de lo que nos ofrece la liturgia de este domingo a través del Evangelio según San Mateo. La obediencia a las autoridades civiles, la licitud del pago de los impuestos, la separación de la Iglesia del Estado, todas ellas razonables y necesarias de reflexión, aunque los indicios, signos y símbolos, apuntan hacia otro lado.

Las cuestiones del poder a veces suscitan las alianzas más extrañas y contradictorias. Así, veremos en una misma postura hostil y tramposa hacia Jesús de Nazareth a herodianos y fariseos, habitualmente enemistados y aquí socios fervorosos. Es que los partidarios de Herodes reivindicaban los derechos imperiales romanos, toda vez que el César avalaba y garantizaba la corona de su vasallo Herodes; se trataba de una cuestión de conveniencias y privilegios. Por otra parte, los fariseos renegaban de cualquier contacto con los extranjeros, pues ello implicaba quebrantar las estrictas normas de pureza que regían religiosamente sus vidas, y en cierta forma despreciaban al opresor romano que humillaba a la nación judía.

La pregunta es falaz, pues cualquier respuesta traerá aparejadas al rabbí galileo consecuencias funestas. La negativa al pago de tributos es un crimen capital de sedición para el ocupante romano; y en la zona se encuentran estacionadas dos legiones a disposición del pretor para hacer cumplir la ley. Del mismo modo, una respuesta afirmativa implica legitimar, frente a esas multitudes que siguen al Maestro, al imperio que somete, explota y humilla al pueblo de Israel.

Pero esos hombres, fariseos y herodianos, olvidaban lo que Jesús de Nazareth pensaba acera del dinero, y que no se guardaba de expresarlo abiertamente.

La conclusión es tan evidente que solemos pasarla por alto, y es que las cosas del César no son ni tienen en nada que ver con las cosas de Dios.

Por eso es cordialmente natural que Cristo remita al César ese denario que a su vez lleva grabada la efigie del emperador, con títulos que lo deifican. Porque con la acumulación de esos tributos el César aumentará su poder, comprará voluntades y lujos, sostendrá legiones.

Ese denario y todos los denarios de todos los tiempos nada tienen que ver con el Reino. Más aún cuando el dinero pierde su carácter meramente instrumental y deviene en un fin en sí mismo.

Porque las cosas de Dios, la eternidad, la justicia, la solidaridad, la compasión y el amor no tienen precio ni pueden comprarse.

Paz y Bien 

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