Confianza de Dios





Santos Simón y Judas, apóstoles

Para el día de hoy (28/10/14) 

Evangelio según San Lucas 6, 12-19




Monte, noche y oración, simbología perfecta del encuentro con Dios, de común unión mística, de identidad absoluta entre Cristo y el Padre. 
En el ministerio de Jesús de Nazareth, la oración es una constante imprescindible, y así debería ser también nuestro peregrinar por estos campos, vidas orantes, existencias que se sustentan en la eternidad que quiere anidar en nuestros corazones.

Podría haber perpetuado el Maestro el cálido abrazo de esa noche de oración, en paz y calma totales. Pero así como la oración lo sostiene, la compasión lo impulsa -Espíritu de Dios en humanos pasos- y Él sabe que en el llano no hay paz, ni Dios, ni luz, y sobreabundan agobios, enfermedades, toda noticia es de antemano mala y nada tiene de novedad, una constante de dolor y humanidad derribada.
Y en ese llano no se dan casos aislados, sino que es una multitud de dolientes, librados a su suerte, al borde de todos los caminos, descartados de la vida. La tarea se asoma como inmensa para un sólo hombre.

Así entonces el Señor elige a doce de entre los suyos, doce con nombres y apellidos concretos porque no se trata de una cuestión abstracta sino de un llamado personalísimo. Son doce los primeros, símbolo y signo de las doce tribus de Israel, símbolo y signo de pueblo nuevo, de pueblo en marcha, de pueblo hacia la tierra prometida y santa de la liberación, pueblo nuevo congregado por la Gracia y el amor de Dios, colores primordiales de la Iglesia apostólica.

Esos hombres serán venales, falaces, traidores y también héroes, tenaces servidores y valientes testigos, como lo serán las mujeres y los hombres elegidos y enviados por la misma bondad a través de la historia, señales vivas de auxilio para las gentes.
No hay en juego cuestiones de éxito o derrota, sino de fidelidad y confianza.

Curiosamente, fidelidad y confianza son rasgos distintivos de Dios para con su pueblo, para con todas sus hijas e hijos. Él cree en nosotros, en asombrosa asimetría respecto de la fé y la confianza que en Él depositamos. De Dios son todas las primacías.

Él confía en nosotros y permanece en amorosa obstinación fiel hasta el fin a todas sus promesas, y ésa es la clave y horizonte de todo destino, nuestra esperanza y nuestra alegría.

Paz y Bien


1 comentarios:

José Ramón dijo...

Muy bella esta entrada, Saludos

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