El Dios que predicamos



Así, me imagino que pensó Jesús:

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el dios de los sacrificios, aquél que aman los sacerdotes del Templo, un dios siempre sediento de sangre. Un dios que si no ve sangre no está satisfecho. Un dios siempre ofendido al que hay que calmar a precio de vidas. Carneros, corderos y palomas tienen que ofrendar su vida para calmar las afrentas cotidianas. Rezos y ofrendas para aplacar su enojo. Pero mi Dios es el Dios creador de la vida, el que puso vida en toda sangre. El que se dolió cuando supo de la sangre de Abel clamando desde la tierra, pero no por eso pidió la sangre de Caín, sino que le dio señal de vida sobre su frente, para que no fuera muerto. No fue ese dios sanguinario el que habló por el profeta Isaías: yo no iré sus oraciones porque tienen las manos llenas de sangre. Ese dios de los altares solemnes no es el Dios de Amós, porque el Dios de justicia no habita en Betel ni Gilgal, dijo el profeta. No es el Dios de Oseas, porque el Dios de Oseas pide misericordia en lugar de sacrificio. Tampoco será el mío. No será mi Dios el dios sacrificial de los sacerdotes.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el dios de la pureza, aquél que aman los fariseos, un dios siempre atento y vigilante al detalle de la ley. Un dios del rigor insensible, de la exigencia permanente, de la discriminación artera. Con ese dios habría sido expulsada la mujer de Moisés por ser cusita, y no hebrea, como querían Aarón y Myriam. Pero Dios prefirió el amor de Moisés a la pureza de la raza de Leví. Ay de los que aman la pureza de la raza incontaminada y los platos y vasos limpios, de las manos lavadas, pero no ven que esos platos están vacíos porque no hay alimento, y las manos llagadas por el trabajo explotador. El Reino de mi Dios viene con justicia más que con pureza. No será mi Dios el dios riguroso de los legalistas.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el Dios de los violentos, aquél que aman los sectarios, un dios siempre pendiente de la guerra. Hijos de la Luz contra hijos de las tinieblas, batallas terrenales y batallas celestiales, espadas refulgentes y gritos de venganza, plazas sitiadas y campos de exterminio, los míos y los demás, Israel contra el mundo. Se equivocan ellos tanto como los del Imperio; aunque los romanos siempre están listos para la guerra, la paz no viene de la guerra. Lo dice el salmista, la paz se besa con la justicia, la paz es fruto de la justicia. Sin duda la guerra está, y seguirá levantándose nación contra nación, pero ese no es el fin que Dios anhela, no nos hizo para ello. No para el dolor y la lágrima, no para la herida y el despojo. Habrá disensos, los habrá; habrá conflictos, los habrá. Mas mi tarea es salvar, no condenar; curar, no herir; rescatar, no despojar. Mi Dios es el que recoge al caído, el que consuela al dolido, el que anuncia vida. No será mi Dios el belicoso dios de los sectarios.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el Dios de los resignados, aquél que ama el dolor y la tragedia, un dios que le pone mérito al sufrimiento. Ese dios inmutable, siempre pasivo, distante. El dios del ayuno y el cilicio, que solo se fija en la solemnidad de los solemnes, en la parquedad de los sentimientos, en la mesura de los ritos. Sin desbordes ni excesos, sin tiempos de pasión ni momentos de expansión. Un dios incapaz del gozo, incapaz de la fiesta. Pero mi Dios siente y ama, se alegra y se enoja, busca al pobre para darle esperanza de una buena noticia, al ciego para que vea, al oprimido para liberarlo. Un Dios que altera los tiempos, que desafía las rutinas, que nos sorprende con lo inesperado, que nos creó para la compañía, el placer y alegría. Será mi Dios el que sabe caminar con gozo en medio de su pueblo, para alentar la esperanza. No, no será mi dios el dios resignado de los que viven pendientes del ritual y la repetición.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el Dios de los acaparadores, aquél que aman los prósperos, un dios siempre ávido de riquezas, que bendice a los que acumulan, que hace que los ricos rían en su abundancia y los pobres lloren su miseria. El dios del negocio mezquino, que cambia ofrendas por dádivas materiales, sumisión por bienes, que regala antojadizamente herencias inmerecidas y escamotea los favores a los miserables. Pero mi dios es el que inundó el mundo de bienes para todos, que quiere repartir una y otra vez, porque suyas son la tierra y la vida, y a todos las da. La acumulación en los graneros no liberará del juicio; no es menos pecado el que roba en un préstamo que quien lo hace con un arma. Mi Dios reparte y da a quien le falta, y espera que todos hagan lo mismo. Será mi Dios aquél Dios que liberó al esclavo y se acuerda de la viuda y el huérfano, del pobre y el extranjero. No, no será mi dios el dios que confunde riqueza con bendición, el de los que acumulan para el día del juicio.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el dios de los soberbios, aquél que adoran los que viven del orgullo de la raza, el que justifica el prejuicio, el que se regodea en prosapias y diplomas, en escudos y prestigios, el de los abolengos largos, el que mira con desprecio al hombre común, a la mujer de pueblo, al pobre y al extranjero. Pero mi Dios se mezcla con su pueblo, sabe de los sinsabores del excluido, de la labor del labriego, del esfuerzo del humilde. Es el Dios, no de los sabihondos de la doctrina sino el de los sabios de la parábola cotidiana, de la oración escondida, del que no tiene otro blasón que su fe. Es el Dios que hace pueblo de los que no eran pueblo. No es el dios de los que creen que creer autoriza privilegios, que la religión merece prebendas, que nunca se pueden equivocar porque están sentados en sillas altas y los confundidos le rinden pleitesía. No es el dios de los dueños de la verdad, de los que no necesitan escuchar a los otros, los que emiten dogmas incambiables, como si dios mismo no se aviniera a escuchar y dialogar con los hombres, como lo hizo con Moisés, como negoció con Abrahán. Mi Dios está dispuesto a escuchar al sincero que duda, a cambiar castigo por bienaventuranza frente al arrepentido, el que mira con amor al humilde, más se aleja del altivo. No, no será mi dios el dios que da condecoraciones que dividen, el que regala oropeles a cambio de adulación.

¿Que Dios predicaré? Le ofrecen tantos dioses a este pueblo. Está el Dios de los miedosos, aquél que aman los asustados que dejan que el temor les organice la vida. O, por el contrario, el de los bravucones que se llevan todo por delante. Y el otro dios, el de los precavidos que miden todo para no perder. Mi dios es el dios que da y pide confianza: ni miedos que encierran, ni precauciones paralizantes, ni atropelladores que esconden su desmesura en la intemperancia, la otra cara del mismo desamor. Es mi Dios aquél que inspira la fe que sostiene en el tiempo la fuerza para vivir, la perseverancia para seguir, la paciencia que no renuncia frente al contratiempo, que sostiene la mirada en el horizonte, que camina sobre el agua aun en medio de la tormenta, que ama en medio del terror que crucifica. No será mi dios el dios de los cultores del temor, pero tampoco el de los temerarios enceguecidos, ni el de los precavidos que no se atreven, ni siquiera el del cálculo del justo medio de la valentía. Será mi Dios el Dios de la confianza, el que permite marchar hacia adelante hacia el Reino, aquél a quien puedo llamar “padre” porque me ama, “madre” porque me cuida, el que rescata, el que me alegra, el que da vida. Es el Dios de todo amor. Ese Dios anunciaré.

Pastor Néstor Míguez
Iglesia Evangélica Metodista Argentina

3 comentarios:

Edit dijo...

Es tan valioso tu muro de hoy, que lo llevo a mi face para que lo puedan leer también mis amigos de esa red social.
Mi Dios, como el tuyo, es el DIOS que es puro amor, pura misericordia, pura vida y pura paz. Pura justicia y pura bendición.

P. Enrique dijo...

Interesante, muy interesante.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Mis queridos amigos, mil perdones por la demora en responder...a menudo uno comete la torpeza de dejarse embaucar por la locura de la rutina cotidiana y olvida lo verdaderamente valioso.

Querida Edit, el Dios que nos nace es precisamente ése, el de toda justicia y sencillez, el manso de las naciones, el de la paz y no la imposición, el del abrazo y la compasión.
Ten mando un abrazo grande para vos y los tuyos en ese Bebé Santo que nos está llegando.

Querido padre Enrique, lo verdaderamente importante es que no perdamos esa bendición que es la capacidad de asombrarnos, de descubrir la perpetua novedad de la mejor de las noticias.
Que el Dios que nos está llegando para acampar entre nuestos arrabales lo bendiga y acompañe siempre

Paz y Bien

Ricardo

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