La soberanía de la caridad

















Para el día de hoy (22/05/20):
Evangelio según San Juan 16, 23b-28







La gran revelación que Jesús de Nazareth realiza a través de todos los tiempos y para toda la humanidad, es que Dios es un Padre amoroso que se desvive por sus hijas e hijos.

Contra todo razonamiento y más allá de cualquier especulación debidamente fundada, Él habla de un Todopoderoso lejano a imposiciones, a fuerza a la que nada puede oponerse, a realeza que ejerce sus derechos.
El Dios de Jesús de Nazareth es infinitamente poderoso y todo lo puede porque ama. Su soberanía absoluta y universal surge de su misma esencia, el amor.

Por ello mismo Jesús prefiere no llamarlo Dios y decirle Padre, y en esa cercanía comprendemos -quizás sin palabras- la intensa profundidad del arco iris eterno de la Encarnación, la Pasión, la Resurrección y la Ascensión que desembocan como un río vital en Pentecostés.

Así, hijas e hijos se dirigen a Dios como Padre, y no es sólo un rótulo más; hablamos con Dios con una cercanía muy difícil de describir, y allí se enraiza y acrecienta nuestra confianza.
Lo sabemos y lo entendemos como una necesidad vital: siempre se quiere estar cerca de quien se ama, y hablar, y escuchar. Esa proximidad supera toda distancia mesurable, y más aún: la oración, antes que plegaria a un Desconocido, es respuesta al Espíritu que nos susurra ese afecto entrañable en nuestros corazones.

Lo que nos identifica, nuestra carta de ciudadanía del Reino es ese amor que se nos ha concedido sin condiciones; en tiempos de la Gracia, suplicamos y pedimos en el Nombre de Jesús que ese Reino sea y acontezca aquí y ahora entre nosotros, sabedores de que ese Padre ansía plenitud, desborda justicia, sueña liberación y alegría para todos.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba