Sólo el amor de Dios es definitivo















Domingo 25° durante el año 

Para el día de hoy (22/09/19):  

Evangelio según San Lucas 16, 1-13











Las lecturas lineales -nunca está de más decirlo- carecen de profundidad y referencias, suelen ser torpes e inevitablemente conducen a los fundamentalismos de cualquier índole, que en nada tienen que ver con el Evangelio. 
En una época en que la corrupción de todo tipo nos ofende y lastima, pues corrupción es muerte, encontrarnos con el elogio que realiza el Maestro del administrador de la parábola puede llegar a ser desconcertante, especialmente por los tejes y manejes que éste realiza en momentos críticos para asegurarse su futuro, y por la sospecha de acciones turbias que sugiere su señor. Si eso sucede, alabado sea Dios. El Evangelio nunca es conveniente y lejos está de ser cómodo; la enseñanza de Jesús de Nazareth vá a contramano de los presupuestos mundanos para que descubramos cosas nuevas, para cambiar y que todo cambie.

Dejando de lado toda connotación ideológica -que, claro estaría nada mal- en todos los casos el dinero es injusto pues suele ocupar el lugar de Dios en señorío, devoción y seguridad, dios falso y voraz que desconoce hijos y genera esclavos en masa. Para el mundo el dinero parece ser sagrado, no así la vida humana. Para el mundo parece haber cosas inamovibles en los procesos económicos, cuando lo inalterable debería ser el bien del hombre y la justicia; es menester apagar por un momento el detector de populismos, y desde una cordial honestidad reconocer que la riqueza de algunos, necesariamente, es la causa de la miseria de muchos. Que el mercado es apenas una variable, y nó una liturgia a respetar a rajatablas. Que las vidas que se aniquilan son únicas e irremplazables, aún cuando las emociones banales de los razonadores de miserias intenten justificar lo injustificable y propalen miseria, hambre y desempleo.

Sólo Dios es el Señor, sólo el bien del hombre debe regir los procesos económicos y las planificaciones políticas.

El elogio hacia ese administrador de la parábola nos impulsa a ciertos criterios que solemos abandonar en pos de una religiosidad que suele olvidarse del Dios que se encarna y se hace hermano, vecino, Hijo querido, y que son la astucia, la creatividad, la inteligencia.

Sólo el amor de Dios es definitivo. Todo lo demás, cuando pierde su rumbo, puede y debe cambiarse, abriendo ámbitos espaciosos y claros de solidaridad y justicia, de fraternidad y comunión. Rumbear con decisión por otros senderos, por el camino de lo que prevalece, por una cotidianeidad que se engalana y perfuma con la Gracia de Dios.

Paz y Bien

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