Nada ni nadie puede resistirse a la presencia del Amor de Dios en Jesucristo














Para el día de hoy (03/09/19):  


Evangelio según San Lucas 4, 31-37










Cafarnaúm, por su ubicación geográfica -estratégica-, a orillas del mar de Galilea, nodo y cruce de caminos era una ciudad cosmopolita por el ingente paso de gentes de diversos origen, muchos de ellos tras afanes comerciales. Por ello el ambiente es algo más relajado que en la cerrazón que el Maestro había encontrado en la pequeña Nazareth donde se había criado. Aún así, cada Sábado se dirige a la sinagoga en donde se reune la comunidad para la oración y para el estudio de la Palabra de Dios.

La enseñanza del Maestro -lo que dice y cómo lo dice- enciende todos los asombros. Él no enseña al modo de los escribas, Él enseña con autoridad.
Los escribas, sin dudas, eran eruditos; pero ellos, fundamentados en sus bibliotecas, citaban lo que a su vez habían escrito muchos años atrás otros eruditos acerca de la Torah. Comentaban a los comentaristas, una actividad que requería una especial preparación intelectual pero que, desgraciadamente, había sobreelevado abandonando el corazón y la fé.
Jesús de Nazareth hablaba con la autoridad que no se obtiene desde los libros, sino de su propia y plena experiencia de Dios. Nadie se lo ha contado, Él lo vive a cada instante.

Pero autoridad, etimológicamente, proviene de auctoritas y ésta, a su vez, de augere que significa hacer crecer. El Maestro hacía y hace crecer cosas nuevas a todo el que escucha con atención su Palabra y la pone en práctica.

En la sinagoga había un hombre enfermo, identificado por el Evangelista según los criterios de la época como un endemoniado. La expresión simbólica refiere a una persona agobiada por el poder del mal, tal vez una persona con problemas psiquiátricos, tal vez un esquizofrénico o un paciente que sufre una enfermedad neurológica, pero tal vez podamos rastrear a una persona alienada, incapaz de pensar y de hablar por sí misma.

Un hombre así es un impuro mayor, muy acotado en su vida familiar y religiosa, condenado a un ostracismo que está justificado por los profesionales de la religión, pues se considera un justo castigo esa enfermedad por los pecados propios o de los padres. Si ese hombre estaba en la sinagoga, en pleno Shabbat, probablemente estuviera allí para cumplir con los rígidos rituales de purificación a fin de ser readmitido.

Parece tarea infructuosa, y además surge la queja del espíritu opresor. El nosotros esgrimido espeja al alma dividida, quebrantada la personalidad, roto el corazón de hijo de Dios. Sin embargo, reconoce a Jesús como Santo de Dios; el Mal reivindica la misión de Cristo, mientras que sus propios paisanos le repudiaron e intentaron matarle.

El Señor conmina a ese espíritu inmundo a callarse y liberar a ese hombre. Es menester desalojar las palabras vanas para dar espacio a la Palabra de vida y Palabra viva.

Pero más aún, siempre hay más.

Los ritos son muy importantes más se produce un tremendo e importantísimo giro en la historia. La purificación no será producto de un ritual esquematizado, escrito y regulado, sino que es Cristo, su persona, el que purifica y libera.
Nada ni nadie puede resistirse a la presencia del Amor de Dios en Jesucristo.

Paz y Bien

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