Pentecostés: el Espíritu nos re-crea, vida de Dios en nosotros















Pentecostés 

Para el día de hoy (09/06/19) 

Evangelio según San Juan 20, 19-23 








Tanto para contemplar la Palabra como para la vida misma, siempre es necesario prestar atención al detalle sin perder de vista el entorno, el marco general, la visión amplia que supera lo episódico. Y en verdad, en ese marco amplio destacan la plegaria en el huerto de los Olivos, la Pasión, la Resurrección y ahora, ese grupo de hombres atrincherados tras unas puertas que, suponen, los protegerán del obrar ladino de aquellos mismos que procuraron la muerte del Maestro.

Hay allí un cierto temor a lo que vendrá, un rechazo tácito a cualquier futuro pues todo lo que imaginaban ha quedado trunco con la muerte de Cristo. El miedo demuele, paraliza, desdibuja horizontes y confunde destinos, y así también la Iglesia, cuando comienza a encerrarse por los peligros que detenta la posmodernidad, se paraliza encerrándose en sí misma y ese encierro no es defensa, sino un quebranto que vulnera su vocación misionera.

Ellos se habían quedado con la Pasión como derrota, un talante de derrota y espanto y en ellos nos espejamos. Nos encontramos a menudo ateridos de miedo, demolidos de tristeza y angustia por un mundo que nos tira muros a cada paso, que sólo habla de muerte, de dolor, de injusticia a la que todo parece acomodarse con diabólicas razones.
Por las nuestras, por propio impulso es esfuerzo vano hablar de la vida, de plenitud, de muerte en retroceso, de resurrección que se vive y se encarna cuando todo clama lo contrario. Las convicciones son importantísimas, pero no son suficientes como no bastan solamente las ideas. Hay más, siempre hay más.

Y así como esa Iglesia naciente, así nosotros -amilanados, cansados, temerosos- nos paralizamos en una quietud sin frutos, en encierros sin mañana distinto.
Sin embargo, no hay muros ni cerrojos que puedan ocultarnos ni detener el paso salvador de Cristo por nuestras vidas.

Él se hace presente y no es una aparición fantasmal ni una ilusión producto de una psiquis que nos juega una mala pasada. Ahí están sus manos y su costado heridos, el Resucitado es el Crucificado que está vivo y que se llega allí donde transcurre nuestra existencia con un Shalom inmenso que nos sana en su calma profunda, una paz que es mucho más que la ausencia de conflictos, una paz que es producto de su amor incondicional, una bendición que se ofrece generosa a todos los pueblos y en cada generación.

Entonces acontece un asombroso acto de fé, de confianza ilimitada. La comunidad cristiana tiene en sus manos y por misión y destino la misma obra de Cristo, es decir, la obra de Dios en el mundo.
El Resucitado nos comunica su Espíritu Santo que nos reviste de coraje, de alegría, de entereza, de tenaz misericordia, de obstinado servicio. Con todo y a pesar de todo, Él sigue confiando en nosotros.

Su Espíritu nos re-crea, nos plenifica con la vida de Dios en nosotros, nos enciende de eternidad, nos impulsa a todos los caminos, ratificando que siempre hay Buenas Noticias para dar y que la historia tiene otra cara humildemente jovial, la que pacientemente teje en silencio el Dios encarnado con la humanidad.

Feliz Pentecostés!

Paz y Bien

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