La puerta estrecha del discipulado
















Para el día de hoy (25/06/19):  

Evangelio según San Mateo 7, 6. 12-14








A veces, cuando el Maestro se expresa con dureza se nos puede desdibujar cierta imagen light de un Cristo convenientemente inocuo, rodeado de aureolas que emocionan pero no conmueven, un Mesías de las imágenes piadosas cuya presencia no se traduce en una vida cotidiana transformada. Cuando eso suceda, más allá de la lógica inestabilidad producto del abandono de las falsas certezas, es momento de gratitud pues es oportunidad que Cristo sea plenamente en nuestras vidas, y nó tanto las caricaturas que solemos formarnos de Él.

El primer párrafo de la lectura del día no es proclive a una interpretación sumaria ni sencilla. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth los perros y los cerdos representaban, simbólicamente, lo más impuro, lo opuesto a Dios. De ese modo y  a pesar de la dureza de la expresión, el llamado del Maestro es una llamada de atención para sus discípulos y seguidores; lejos de cualquier abstracción o idealización desencarnada, hay ciertas cuestiones de vivencias profundas, de misterios de fé que sólo pueden ser vividos y comprendidos dentro de la comunidad cristiana. Más sencillo, lo sagrado no puede ponerse en debate frente a aquellos en los cuales su hostilidad es manifiesta, su mala voluntad se trasunta sin ambages. Ése precisamente es el cuidado que hay que tener, y refiere también al profundo respeto interior por lo que es de Dios comenzando por la vida misma.

Los discípulos, aún cuidando ese ámbito sagrado, no deben perder de vista lo interpersonal. Se con-vive a pesar del mandato de estar en el mundo sin ser de él, y la reciprocidad -la llamada Regla de oro- es distintiva. Esta Regla de oro es común a muchas culturas y pueblos, toda vez que es más que razonable no hacer a los demás lo que no se quiere que le hagan a uno, pero desde la perspectiva de Cristo no se acota a la dialéctica prohibido/permitido sino que vá más allá: la vida cristiana, en tanto fundada en el amor, implica un ir hacia, un salir de sí mismo al encuentro del prójimo a quien se reconoce como hermano, aún cuando ese hermano pueda enarbolar banderas de odio y enemistad.

En estos tiempos de relativismo explícito, de escepticismo militante, de laxitud ética -la declamación rabiosa de buenas intenciones y revanchas sin bondad- se nos hace más ostensible el aserto de volvernos cordialmente rigurosos a los principios de la Buena Noticia. No debería haber espacio para medias tintas, porque está en juego la vida eterna, la Salvación de todos y cada uno de nosotros, puerta estrecha de los discípulos que aunque camellos inverosímiles se animan a pasar por todos los ojos de agujas del mundo porque siguen los pasos de Cristo en su compañía fiel.

Paz y Bien

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