La ley de Dios, la caridad















Para el día de hoy (13/06/19):  



Evangelio según San Mateo 5, 20-26








La Ley mosaica tenía una importancia raigal para el pueblo de Israel, inclusive mucho más allá de los rigores impuestos por aquellos que se establecían como guardianes de su estricta observancia.
La Ley confería a ese pueblo naciente una identidad única y normas de convivencia que superaban los arrebatos de venganza, instauraban una primera concepción de justicia y delineaba la reciprocidad necesaria para pervivir como comunidad, una cuestión que se acentúa si imaginamos a las miles de personas de esas tribus que habían escapado del yugo de Faraón. Desde esa perspectiva, la Ley implicó un salto ético importantísimo, y fué también inspiración de Dios para que ese pueblo de sus desvelos fuera en verdad libre y responsable.

El Maestro no cuestiona ni una simple coma de la Ley, antes bien ha venido para darle pleno cumplimiento. Esto es fundamental: de allí que sus habituales enseñanzas y sus palabras más duras están referidas a una casuística impuesta con brutalidad por los dirigentes religiosos, hombres que poseían la rigidez de la moralina exterior y formal, moral sin bondad ni corazón y distante de lo que trasciende, la ética.
El cuestionamiento, al dirigirse puntualmente hacia esos hombres, no pone en entredicho la Ley, no supone un relajamiento aliviador de la tensión impositiva, ni tampoco el otro extremo, tornar hacia una carga aún mayor, insoportable.

La Ley, práctica y simbólicamente, se inscribe en piedra, indicio de su firmeza y solidez pero también involucra una serie de exigencias externas que deben ser cumplidas, muchas veces con un talante restrictivo -no hagas esto, no hagas aquello-, sino un crecimiento, una superación, la vivencia de una Ley que está escrita en los corazones desde ese Dios que nos quiere felices, plenos, completos.

La Ley del Reino es el amor.

Aunque parezca leve, amar tiene una faz mucho más exigente que el mandamiento exigible: amar significa abandonar toda reserva, brindarse sin medidas y emprender el grato éxodo desde el reglamento -valioso, importante- hacia la insondable eternidad de la compasión y el perdón, la reconciliación con el hermano que edifica fraternidad y paz.




Paz y Bien

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