Encontrar a Dios en el rostro del hermano













Para el día de hoy (26/06/18):  

Evangelio según San Mateo 7, 6. 12-14








La llamada Regla de Oro es un principio de convivencia fundamental a muchos pueblos y a casi todas las religiones. Tiene que ver con la reciprocidad, con el con-vivir, y que cuando nos adentramos en las raíces de la humanidad, los principios éticos no son diferentes entre sí.
Jesús de Nazareth realiza un planteo similar, y tácitamente se revela que la fé cristiana se encontrará siempre profundamente enraizada en la historia, en el acontecer del hombre, en las cosas y situaciones en donde se decide y resuelve la humanidad, fecundándolas de trascendencia y eternidad. Pero el modo es algo distinto: la fórmula habitual de la Regla de Oro es no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan.
Para el Maestro, no sólo debe ser de carácter positivo sino propositivo, y es un trampolín hacia el infinito que no puede ser limitado por circunstancias históricas ni por cotas morales o sociales.

Pero hay más, siempre hay más.

En el horizonte de la Gracia, no hay demasiado espacio para el vive y deja morir. Requiere esfuerzo y decisión, contra toda estructura, tendencia y pronóstico, pues se trata de convivir y se trata de concordia.
Ponerse en el lugar del otro, el reconocimiento de la alteridad, del otro como tal, es la expresión del amor de Dios, que no vive para sí, sino que constantemente vive en y por los demás. El primer paso, por ello, está en reconocer al otro como tal: desde allí es menester realizar la Pascua hacia el prójimo, aprojimarse, aún cuando el otro sea el peor de los enemigos.

Ésa es la puerta estrecha. No hay que desperdiciar lo sagrado de la vida que es don y misterio, y por eso el culto primero es la compasión y la misericordia.

La puerta de la Salvación suele ser estrecha pues nos engrosamos fútilmente la figura con capa tras capa de egoísmo, que nos desdibuja nuestra realidad y nos impide reconocer al hermano, y por ello al mismo Dios.

Paz y Bien

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