Corpus Christi: la vida que se ofrece sin reservas


















Corpus Christi - El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Para el día de hoy (03/06/18):  

Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22-25








Era el primer día de la fiesta de los panes ázimos -Seder de Pesaj- cuando se inmolaba el cordero pascual en memoria eterna del paso liberador de Dios por la historia del pueblo. 
Ese hombre joven que está a punto de morir como un criminal marginal y abyecto, ese hombre es el nuevo cordero de la Pascua, la sangre definitiva que se vertirá no como horror de verdugos sino como escándalo de vida ofrecida, para que se marquen las almas de todos los fieles, para que la muerte pase de largo sin hacerse frontera infranqueable. Es esperanza que se renovará a través de los tiempos, no habrá ningún mar bravo que no pueda atravesarse hacia la libertad, no hay poderoso que pueda interponerse frente a la decisión amorosa de Dios para con los suyos.

El pan de ese primer día -matzá- es el más sencillo de los alimentos, sólo harina y agua dría sin levadura cocido con rapidez al fuego, el pan más puro sin la intromisión del fermento. Pan puro como el amor de Dios, sin nada que pueda contaminarlo. Pan de hombres pobres y esclavos que por ese Dios que les cambia el curso del río de sus vidas, comerán ese pan como hombres libres, no subyugados sino hijos de un pueblo en ciernes.

Jesús de Nazareth se hace pan para nuestro hambre más raigal, sustento de la existencia, vida de Dios en nosotros. Pan purísimo como su Madre, pan inmaculado como su corazón sagrado, pan que se parte, reparte, comparte y siempre alcanza para todos los que se sientan a su mesa.

Este Cristo no tiene casa propia, su hogar está allí en donde se reunan en su nombre sus amigos y sus hermanos. Allí se prepara esa mesa grande -su mesa-, que es mesa de Dios ofrecida para que nadie falte, mesa de celebración de la vida plena compartida, mesa fraterna que se sustenta en la caridad, mesa en donde nos encontramos y nos reconocemos, y en donde se agradece precisamente ello, la alegría de Dios con nosotros, la bendición de que Él nos reuna.

La harina de ese pan surge del grano de trigo. Ese hombre que es Dios se ha entregado como grano de trigo que cae, muere y germina para un destino de pan eterno.
Ese vino que beberemos es su sangre, su existencia real corriéndonos corazón adentro como un río caudaloso, la savia de la eternidad de la vid verdadera.

Es ágape pues este Dios se brinda sin reservas, la vida que se concibe viviendo por y en los otros, asumiendo en libertad el morir para que otros vivan.

Más de veinte siglos después -apenas un suspiro en la historia del mundo- los amigos y hermanos del Maestro continuamos reuniéndonos en su Nombre y hacemos memoria vida de su Pasión y su Resurrección, su presencia verdadera que vivifica y que nos orienta la mirada y el navegar hacia la Salvación.

Quizás -sólo quizás- esa hostia que es pan ázimo también y que se convierte en el Cuerpo del Señor, no refiera solamente lo purísimo de su ser, de su amor brindado.
Quizás exprese en hondo silencio que no debe llevar otra levadura que la de nuestras propias existencia hechas fermento para que acontezca en nuestros arrabales ese Reino que añoramos y suplicamos.

Paz y Bien 

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