El encuentro con Cristo en la Eucaristía y en el hermano













Para el día de hoy (28/04/18):  

Evangelio según San Juan 14, 7-14






En la lectura que nos brinda la liturgia del día, el apóstol Felipe se dirige al Maestro con un pedido que expresa la mentalidad de los Doce; así, como si fuera un vocero, también enarbola el pedido de muchos creyentes, el ruego de que se le exhiba a Dios según sus criterios.
Esa exigencia responde a una linealidad interpretativa de signos y símbolos, una religiosidad que se atiene a la letra pero que no vá más allá, no profundiza, se atiene al acotado plano sensorial. Deben aprender -aprehender y comprender- que el Padre no es accesible por la mirada sino por la contemplación, y precisamente ella se fundamenta en el signo mayor del Padre, el Hijo y sus obras.

Sólo luego de la Resurrección, y de manera definitiva en Pentecostés, los discípulos ingresarán al misterio pleno del Hijo, puente tendido entre el Creador y la humanidad, sacerdote eterno tan cercano a nosotros, el significado divino de sus obras. Dios es Jesús y Jesús es Dios en identidad absoluta.

Así, desde la contemplación, descubrimos al Padre en la persona y las acciones de Cristo y por ello, en todas las acciones que sus amigos y hermanos, los cristianos, realizan en su Nombre, signos de la presencia de Dios en el mundo.

Cristo templo definitivo, Cristo ámbito de encuentro entre el creyente y Dios, que desdibuja las teorizaciones relativistas pues hablamos asombrados de un Dios encarnado, de un Dios que asume nuestra pequeñez, nuestras debilidades, nuestra fragilidad humana, un Dios tan cercano como un vecino, un pariente, un Hijo que amamos.

Por eso lo seguimos, por eso lo redescubrimos vivo y presente en la Eucaristía, nos nutrimos en la Palabra y sintonizamos nuestra existencia con la suya en la oración, para ser humildes Evangelios vivos, signos del amor de Dios en la tierra.

Paz y bien

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