La viuda y la justicia










Domingo 29º durante el año

Para el día de hoy (16/10/16):  

Evangelio según San Lucas 18, 1-8 






En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, las mujeres carecían de derechos excepto de aquellos que les garantizaba o procuraba el varón principal de la familia: cuando niñas sus padres, luego sus esposos y, eventualmente -frente a la viudez- el hijo mayor, pero siempre quien hablaría por ellas serían un varón. Su voz no tenía importancia, sólo se la oía pero no se la escuchaba. Se las tenía por menos, limitadas a parir y a las cosas del hogar, con severas restricciones de participación religiosa.
Obviamente, las viudas ejemplificaban el eslabón más débil, y en el caso que nos presenta el Evangelio del día se acentúa más: la viuda ruega ella misma, con tenacidad e insistencia, ante el juez injusto. No tiene nadie que hable por ella, y en principio nadie la escucha. 
Ella es también imagen de todos los desvalidos, de los que no cuentan, de los descartados a la vera de todos los caminos del mundo y que sólo tienen esperanza en Aquél que nunca los abandona.

La caracterización del juez es amplia, y nada queda librado a plausibles imaginaciones: no teme ni a Dios ni a los hombres, es decir, en su horizonte sólo hay una persona: él mismo. Ni hablar del derecho, de la justicia. Un necio completo que se ufana de renegar de Dios, del prójimo y de la Ley, de dar a cada uno lo suyo. Un corrupto titulado.

Quizás por la insistencia continua de la viuda, el juez finalmente cede y hace lo que debía haber hecho desde un principio, sin postergar nada razonando motivos espúreos. Pero seguramente no se trate de la molestia persistente en que se había convertido esa mujer: el continuo clamor, la súplica sin desmayos lo pone en evidencia, lo saca de la infame comodidad en que se encuentra.
La imagen es dolorosamente conocida para muchos de nosotros: sabemos y conocemos el pavor -mucho más allá del fastidio- que le tienen los poderosos a los pobres cuando claman por justicia a voz en grito, cuando salen a la luz sin temores, cuando derriban los tótems en apariencia inmutables de un mundo tan inhumano.

La parábola habla mucho de la persistencia en la oración, el manso y humilde poder que tiene, la plegaria que se vuelve sal y luz, que fecunda la historia, que tuerce los tiempos, que hace presente el Reino.
Pero también habla del rostro de Dios, de ese Dios Abbá de Jesucristo, del Dios al que le cantaba María de Nazareth, incansable clamando por la justicia, enfrentado desde siempre a los poderosos injustos, que inclina su oído y su brazo a los que nadie escucha y por los que nadie habla.

Allí hay misión evangélica, vocación de Reino, compromiso y cruz.

Paz y Bien



1 comentarios:

ven dijo...

Con la perseverancia en la oración, el Señor aumenta nuestro deseo y dilata nuestra alma, haciéndonos más capaces de acogerlo en nosotros , Muchas, gracias, un buen día en el Señor.

Publicar un comentario

ir arriba