Una historia nueva




11° Domingo durante el año

Para el día de hoy (12/06/16):  

Evangelio según San Lucas 7, 36- 8, 3




La escena que nos ofrece la liturgia del día posee, además de la enseñanza evangélica, una fabulosa construcción literaria de San Lucas de modo tal que es casi imposible no involucrarse, no estar allí, no ser parte.

Lo que sucede es extraño.
La comida era un momento solemne para los criterios religiosos de la época, y se debían respetar estrictamente las abluciones rituales, las bendiciones, los gestos. Así también no se convida a cualquiera a la propia mesa, y de allí la extrañeza: hablamos de un miembro de la corriente o secta farisea, enemistada con el Maestro con furias incontenibles, y que además de censurar y reprobar lo que Él hacía y enseñaba, solían despreciarlo por su carácter de hombre humilde de la provincia galilea, algo como un campesino sin brillo ni importancia.

Aún así, Simón -el fariseo en cuestión- invita a Jesús de Nazareth a su mesa. Era usual en ese tiempo invitar a reputados maestros de la Ley con la intención de incrementar el prestigio propio y de la casa, aunque este argumento sea el más débil, más laxo respecto de la verdad: es muy difícil que se invitara al Señor como un rabbí de nota aunque formalmente se lo trate como tal. Lo más probable es que Simón, entre los fa.riseos, fuera un hombre moderado y que lo mueva un genuino interés por conocer a ese galileo a menudo revoltoso del que todos hablan, y del que muchos de sus pares echan pestes. Por eso también se entiende que invite a otros fariseos más para observar al rabbí caminante 
Tal vez Simón no lo haya advertido, pero esa actitud es un paso fundamental hacia la fé, interesarse en la persona de Jesús de Nazareth, invitarlo a la casa/corazón y compartir ese descubrimiento con otros.

Pero las viejas mañas son persistentes. Los prejuicios prevalecen por sobre cualquier atisbo de asombro, y podemos notar la pretensión de juzgar si el Maestro se adecua a sus moldes, sus preconceptos, y así una oportunidad maravillosa se desperdicia, queda baldada. No hay cosas mucho peores que la omisión, que guardar ciertas formas civilizadas superficiales para que nada cambie, para que todo siga igual de tenebroso.
En esa sintonía plana, ciertas normas de urbanidad y hospitalidad se pasan por alto, quizás de modo deliberado: no se besan sus mejillas a modo de bienvenida, no se ungen sus cabellos como homenaje, claro indicio de que se ha decidido que Cristo no es bienvenido ni, mucho menos, que se le tiene en alta estima.

La irrupción de una mujer en la estancia de banquetes es, cuanto menos, tormentosa. El exacto ritual de la mesa judía se vulnera de manera imprevista; es una mujer sin nombre, y como tal carece de derechos por sobre los varones, pero en este caso el acento es más grave. La definición de pecadora refiere a que públicamente se conocen sus pecados y probablemente por la moralina farisea se traten de pecados de índole sexual. 
Ella es una impura incuestionable, toda vez que se sabe y conoce con precisión su condición, y según las normas imperantes, la impureza se contagia por simple contacto. Al impuro es menester tenerlo lejos.

Pero esta mujer, anegada en lágrimas y revestida de arrepentimiento no se detiene por ciertas correcciones que, si bien usuales, ningún bien prodigan. En ese talante se arroja a los pies de Cristo, lava con sus lágrimas los pies del Señor y unge sus cabellos con perfume. Ella, y no esos hombres, ha recibido a Dios con una hospitalidad inmensa en sus corazón. Ella, consciente de su pecado, suplica la misericordia del Señor, y ésta no se demora.

El perdón de Dios que Cristo brinda recrea una historia demolida de miseria. Mejor aún, toda historia puede renovarse desde el perdón, desde la misericordia. El Dios de Jesús de Nazareth, frente a la conversión, tiene una gratísima desmemoria.
El perdón de Dios nos anuncia nuevos amaneceres, una vida re-creada que se pone nuevamente en nuestras manos, para ponernos en marcha, para ir adelante hacia la felicidad, al futuro que se avizora luminoso de su mano.

Paz y Bien


4 comentarios:

ven dijo...

El arrepentimiento en el Evangelio es… un giro de página y un comenzar una nueva andadura; no un pasarse la vida restregando ante Dios unos gritos de piedad por algo que Dios olvida en el primer instante en que alguien le dice: lo siento, Gracias, un buen días en el dulce nombre de Jesús.

Anónimo dijo...

La humillación pública de esta mujer le facilita el adherirse al Único que la ha tratado bien, y tan bien la trata que perdona todos sus pecados y la salva a todos los niveles. Ese es el amor y el poder que nos atrae, que centra nuestros corazones en el Suyo Divino. Un saludo fraterno.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Hermana, la conversión es un regreso y un nuevo comienzo que nos regala el Altísimo con su perdón, tan abundante y asombroso como el pan.

Gracias por sus palabras

Paz y Bien

Ricardo

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Felicitas, no lo había pensado tal como lo planteás, pero a la vez implica una nueva faceta estupenda, (que también tiene una dura contundencia actual), y quizás tenga resonancia con el Señor, a quien iremos? Sólo tú tienes palabra de vida eterna!
Sólo Él la trata bien, sólo Él reconoce la verdadera dignidad, sólo Él la trata como hermana y como hija dilecta de Dios.

Gracias por tus palabras.

Paz y Bien

Ricardo

Publicar un comentario

ir arriba