La superación de los reglamentos







Para el día de hoy (08/06/16):  

Evangelio según San Mateo 5, 17-19




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la observación de los preceptos legales había tomado ribetes insoportables para la gran mayoría del pueblo; los eruditos y dirigentes religiosos, en una interpretación lineal y fundamentalista, absolutizaron su cumplimiento, olvidando así su origen santo y al Dios que la inspiraba. Nada más horroroso que una moral sin corazón, sin bondad.

La Ley era un regalo divino a un grupo de esclavos libertos que trajinaban el desierto, y que se convertirían en pueblo y nación: esas normas tenían que ver con la convivencia, con los vínculos con Dios y con el prójimo. De ese modo, quedaban atrás caprichos y arrebatos y se reafirmaba el sueño familiar, el derecho a la tierra y a la libertad, los principios de justicia y de respeto, la santificación de la vida. En ese aspecto, la Ley verdaderamente conducía a esas gentes a la libertad pues le confería cohesión, identidad y pautas comunitarias.

Pero escribas y fariseos parecían haber olvidado ese carácter de bendición de Dios, un sueño santo sembrado en los corazones de Israel, y se aferraban a los reglamentos por los reglamentos mismos. Quizás sólo se tratara de cuestiones de dominio, de poder en desmedro de la fé. No obstante ello, esa perspectiva absolutista implicaba un yugo intolerable que se traducía en miedo a la infracción en cambio de manso respeto, la Ley como principio rector de la vida del pueblo pero también como culto a Dios y al hermano.

Sin embargo, la Ley era santa por Aquél que la inspiraba.

Por eso mismo el Maestro afirmaba sin ambages que Él no venía a derribar la Ley, despejando cualquier duda, pues el sostenido enfrentamiento con las autoridades se debía a la obcecada y soberbia postura de éstos y no a los fundamentos que habían olvidado.
Él venía a darle pleno cumplimiento: cuando el Reino acontece, el fundamento de toda la existencia -y del universo- es la caridad, verdadera Ley suprema que confiere sentido a la vida y que refleja la esencia misma de Dios.

Paz y Bien  

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