La gran pregunta, la impostergable respuesta







12º Domingo durante el año


Para el día de hoy (19/06/16):  


Evangelio según San Lucas 9, 18-24




El Evangelista Lucas comienza esta perícopa señalando que el Maestro se encontraba orando a solas, y que los discípulos estaban con Él, y es precisamente ese clima -como lo hará Lucas en varias ocasiones- el que señala la solemnidad y trascendencia del momento. Cuando se nos presente la imagen del Cristo orante, atención!, que están por suceder cosas importantísimas.

No es poco: Jesús de Nazareth les revela a los suyos -a los Doce, a los discípulos de todo tiempo- su total fidelidad al Padre, su identidad mesiánica, su voluntad de permanecer firme en su vocación a pesar de todos los horrores inminentes. 
Por otra parte resulta comprensible. En aquellos tiempos, diversas ideas imperaban, ideas fogoneadas al calor de las ansias de un pueblo sometido, de una nación humillada por el invasor imperial, por lo cual el Mesías esperado respondía a esas necesidades tangibles, un Mesías que restaurara la dinastía davídica, y que revestido de un poder asombroso aplastara a sus enemigos en aureolas de gloria, muy mundana.

No es difícil imaginar las miradas que se entrecruzan entre esos hombres que lo acompañan. Muchos de ellos -sino todos- concordaban con la creencia ideológica y religiosa de un Mesías muy distinto del Cristo que ahora se les presenta en toda su verdad.
El primer tramo de la pregunta tiene la apariencia de una encuesta, y es sorteado por los discípulos con cierta facilidad; nada más sencillo que hablar de los otros, de lo que dicen los demás, en una postura aséptica que no trae riesgos. El problema comienza cuando han de dar respuestas acerca de sí mismos. Un silencio incómodo ha debido sobrevolar esa reunión a campo abierto, cerca de Cesarea de Filipo.
Sólo Pedro rompe el hielo que esconde el estupor y, tal vez, cierta vergüenza. Su respuesta es contundente y estremece, aún cuando el mismo Pedro en otros momentos cuestionará la mansedumbre del Maestro, y con ello su propio carácter mesiánico.

Pedro lo reconoce como Mesías/Cristo de Dios porque es el Espíritu el que lo alienta, el que lo ilumina, el que pone las palabras en su boca. La fé no es un acontecimiento producto del esfuerzo racional, sino don y misterio. 
Pedro también responde por ser la roca sobre la cual se edificará la asamblea de los fieles, pues desde la firmeza de la fé que profesa se confirmarán sus hermanos, primado en la caridad.

Aún así, esa pregunta ha de calar hondo en nosotros. Aquello de ¿quién dicen ustedes que soy? es la gran pregunta que trae aparejada una respuesta tan impostergable como intransferible. Afecta la misma raíz de la existencia, pues la fé cristiana no implica la adhesión y el estudio de doctrina -que es importante-, sino de manera primordial, ante todo, la confianza y la cercanía con una persona, Jesús de Nazareth el Cristo de Dios, nuestro hermano y Señor.

Sólo desde allí se descubre el sentido último y definitivo de la vida, sólo desde Él es posible la luz en todas nuestras tinieblas y oscuridades, sólo en Él es posible la libertad y la vida plena.

Consecuentemente con la respuesta a esa pregunta fundante, la vida cambia. Toma otro rumbo, hacia Dios y hacia el hermano, en humildad y mansedumbre, en solidaridad y compasión, hasta asumirse como un marginal, lo que es sindicado por el mundo como abyecto y que se acepta con tranquila esperanza porque es el bien para el prójimo, porque es la imitación del Señor, porque la vida se la gana cuando se la ofrece en Su Nombre sin condiciones.

Esa pregunta debe resonarnos nuevamente, y traernos su eco redentor en todos los días de nuestras vidas.

Paz y Bien


2 comentarios:

ven dijo...

Muchas, buen día en el Señor.

Anónimo dijo...

El es la razón de mi vivir. Realmente no hay otra que nos permite abrazar la cruz y amar a pesar de todos los pesares.
Un saludo fraterno.

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