El Evangelio, sin mirar atrás






13º Domingo durante el año

Para el día de hoy (25/06/16):  

Evangelio según San Lucas 9, 51-62




La lectura que nos presenta la liturgia de este Domingo tiene por distingo la misión del Señor, su fidelidad, la cruz que se asoma en el horizonte de Jerusalem y que, con todos sus horrores, no lo hace retroceder ni desviarse. Justamente esa perspectiva de cruz es la que no comprenden los discípulos, pues siguen aferrados a los viejos esquemas de glorias mundanas, de un poder que se impone y rechazan al Siervo Sufriente.

En ese peregrinar decidido, podemos observar un mapa de Tierra Santa: allí podremos ver que Samaria se encuentra entre Galilea y Judea, con lo cual los viajeros que van a las fiestas deben, necesariamente, pasar por tierra samaritana. La variante es ir por el este del río Jordán, ruta mucho más larga y complicada por lo riesgosa.
Ahora bien, la enemistad entre judíos y samaritanos era enconada, virulenta y encendida de desprecio mutuo, y se remontaba largo tiempo: cuando en el siglo octavo antes de Cristo los asirios vencen y conquistan a Israel, deportan al exilio a muchos judíos -especialmente a la dirigencia religiosa e intelectual-, mientras que en la provincia samaritana, colonizada al igual que Galilea, surge un nuevo grupo social de orígenes raciales mixtos. Esas gentes observan, a su modo, la Ley de Moisés, y establecen el culto en un templo que sitúan en el monte Gerizim, quizás por la imposibilidad de acceder al Templo de la Jerusalem ocupada. Así, se reivindican como guardianes de la fé y las tradiciones de Israel, mientras que la dura ortodoxia de Judea los tiene por impuros réprobos, identidad disuelta por los matrimonios mixtos expresamente prohibidos, y a menudo el desprecio se traduce en violencia.
Quizás desde esa perspectiva también se comprenda mejor la parábola del Buen Samaritano; sin embargo, hoy nos centra la atención otra perícopa que nos habla del rechazo que recibe el Maestro en un pueblo de Samaria, lo cual se explica por lo expresado en el párrafo anterior, pues Jerusalem expresa todo aquello que los samaritanos odian con fervor.
La respuesta de Santiago y Juan tiene la misma densidad y perspectiva de rencor, y probablemente haga referencia al Segundo Libro de Reyes, en donde el profeta Elías pide una lluvia de fuego para arrasar a los samaritanos: los hermanos sólo esperan la anuncia de Cristo para ejecutar lo que infieren justo, pero hay más, siempre hay más. Ellos consideran el ministerio de Jesús de Nazareth desde una mundana perspectiva triunfal, y desde ese esquema creen que el Maestro tomará posesión de Jerusalem y la corona judía, y así se lo exigirán en su momento; el deseo de aniquilar samaritanos tiene la misma sintonía, pues si ellos son impuros absolutos y, además, rechazan al Señor, deben tener su escarmiento.

No han comprendido el tiempo ganado, el tiempo de la Gracia y que el juicio sólo le corresponde a Dios. La vida de los demás -aún la del peor enemigo- no debe estar sometida a los caprichos y designios humanos. La vida es sagrada, y ése es el proyecto santo de Dios que se clarifica en la encarnación de Cristo.
Por todo ello el Maestro los reprende, y esto sí que es infrecuente. Habitualmente hay en Jesús de Nazareth una reconvención hacia los errores de los suyos, un ánimo de corregir razonando: la reprensión ocurre siempre que un demonio agobia la vida de un enfermo, demonios que hay que acallar. Por eso el enojo del Maestro manifiesta la gravedad del error de sus amigos, que no es sólo un falaz deseo de venganza, sino el no comprender nada de la misión del Señor. A veces haría falta que el Maestro nos reprenda así, cuando perdemos el rumbo, cuando nos tomamos atribuciones que no son nuestras.
Él decide irse a otro pueblo, en donde se los reciba sin tantos conflictos estériles. No se trata de eludir problemas, pero a menudo hay que apartarse un poco mientras las intensidades de las peleas sin destino consumen mentes y corazones; es menester luchar y sacrificarse por lo importante y seguir.


El discipulado no es sencillo ni fácil. La vida cristiana no es cosa de adeptos, ni de pertenencia ritual, sino ante todo seguir los pasos de Cristo, aunarse a su Persona.
Unos quieren seguirlo adonde vaya, como si ello implicara un lugar predefinido, un destino exitoso. No obstante, es ignorar que el Señor es Dios que se anonada, que se hace un esclavo y servidor, que deshecha comodidades y prebendas. El ámbito no es un lugar físico, el ámbito amplísimo del Reino es el amor.

La respuesta al hombre cuyo padre ha fallecido no es un desprecio a las tradiciones ni una dura afirmación que desconozca dolor y sentimientos. Habla más bien de que la misión cristiana refiere ante todo a la vida, pues son los vivos los que necesitan el anuncio del Reino aquí y ahora.

Nosotros, en gran mayoría, somos hijos del cemento, citadinos sin raíces agrarias o rurales en una sociedad demasiado tecnificada, y por ello se nos haga complicado comprender la metáfora del arado. Un campesino que empuña el arado debe tener su vista al frente siempre mientras roture la tierra, pues volver la vista atrás implica que el surco quedará torcido, zigzagueante y, con toda probabilidad, ridículamente inútil. Quizás sea una pérdida de tiempo que implique no comer el próximo invierno, y quizás la imagen más cercana sea el conductor de un automóvil que deja de fijar su mirada en el camino, y mira hacia atrás volteando el cuerpo. El peligro es manifiesto y mortal.

El Evangelio implica no mirar atrás. No se abandona la propia historia, pero se construye una nueva vida con Cristo, la vida que cuenta, la vida que importa. El Evangelio siempre es novedad, buena y nueva noticia que se encarna y se comparte, y sea la única carga -el grato yugo- el suave yugo del Señor, un corazón poblado de hermanos.

Paz y Bien





2 comentarios:

Felicitas dijo...

Procuraremos no quedar anclados en nuestro pasado, sino vivir el presente en Compañía y bajo el influjo de nuestro amada Señor Jesús y de su santa Madre. Dios te bendiga.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Es que somos nuestra historia, pero más aún todo lo que podemos ser. Siempre hay tiempo en la Tierra Prometida de la Gracia.

Que tengas un hermoso domingo y una gran semana

Paz y Bien

Ricardo

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