Cuando Cristo se duerme






Para el día de hoy (28/06/16):  


Evangelio según San Mateo 8, 23-27 




La Palabra de Dios tiene una actualidad perpetua, tal como el hoy de la Salvación. Dios nos habla hoy, ahora mismo -Dios me habla!- para recuperar el habla, para salir de la mudez del pecado y trascender estos horizontes escasos del mundo, para la vida eterna.
Los datos geográficos e históricos son importantes en tanto conocimiento y señales que ayuden en nuestra reflexión; sin embargo, lo que cuenta y decide es saber encontrar el amor de Dios en esos acontecimientos que llamamos milagros, ese amor insondable e infinito que se mixtura en el tiempo del hombre y lo hace santo.

Así entonces la Palabra ha de ser releída y contemplada desde la fé, pues en caso contrario nos quedaríamos en el plano del fenómeno o de la mera letra.
Por eso mismo la lectura que nos ofrece la liturgia del día nos brinda, desde la fé, otra perspectiva mucho más profunda que la de los elementos que obedecen la autoridad de Cristo.

Una propuesta de reflexión es la contemplación del Cristo que duerme.
Jesús de Nazareth era galileo, y como José, tenía habilidades de artesano, de carpintero; eran varios de sus amigos los expertos pescadores, los que estaban en verdad duchos en los menesteres de esas aguas que a menudo se encrespaban con violencia, pues en su ubicación geográfica -en una especie de olla-  los vientos se embolsaban y se desataban las tormentas.
Por otra parte, es preciso recordar la magnitud del ministerio del Maestro, su ir y venir incansable -siempre a pié-, comer a veces salteado y asumir en el propio ser el dolor y el sufrimiento de los demás. Esto último no es sencillo, y suele pasar factura corporal, por lo que el cansancio -el agotamiento- es más que razonable, y tiene cierto carácter entrañablemente cercano, un Dios que comparte nuestra frágil condición humana.

Como sea, el Maestro está agotado y se duerme en la barca.
Él se duerme porque confía en sus amigos, que son los que saben manejarse en esas tareas complicadas de la navegación. Sabe que aún cuando sobrevengan chubascos peligrosos, ellos podrán seguir adelante sin zozobras.
Sin embargo, esa confianza no es pareja ni recíproca. Él confía en sus amigos mucho más de lo que ellos mismos confían en Él, y que ante las embestidas del tiempo parecen haber olvidado Su presencia incondicional junto a ellos.
Sus gritos y súplicas parecen un salmo desesperado, pero el Señor no abandona a los suyos aún cuando su falta de fé ceda paso al miedo que los paraliza.

La Iglesia y nuestras existencias son así, frágiles como esa barca, y nos dejamos ganar por el temor como esos hombres. Pero en verdad, cuando Cristo se duerme no implica un silencio descorazonador, sino un magnífico destello de la confianza que nos tiene, de la navegación que ha puesto en nuestras manos, todos con el rumbo seguro del Espíritu pese a las tormentas de la vida.

Y si acontecieran los temores, hay que rogar, suplicar con ganas, para volver a escuchar su voz y recuperar la memoria y la certeza de que no estamos solos.

Paz y Bien



1 comentarios:

ven dijo...

Gracias, que el Señor nos ayude a tomar conciencia que ÉL siempre esta en nuestra barca, aunque por momento duerma, gracias, un gran saludo en el Señor.

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